Por Esteban Raies
“Fue un milagro que yo haya nacido”, dice Daniel. Y viaja a los años oscuros en que la dictadura cívico militar secuestró, torturó y desapareció a su madre de 26 años. Daniel es Daniel Santucho Navajas, un hombre de 48 años que hace casi dos años sabe quién es: el hijo de Cristina Silvia Navajas y de Julio Santucho.
Este hombre que vivió 46 años con una identidad que no era la suya y con apropiadores que lo habían arrancado de las manos a su familia verdadera, recibe a Brown On Line en el Espacio de la Memoria de Burzaco, el lugar en el cual se crio, para contar la historia de sus dos vidas. “Viví toda mi vida en la oscuridad de la mentira. Haber encontrado la verdad es luz y me da paz. Y poder contar eso en un libro, en el documental y en este espacio de Burzaco con mis compañeros, dando charlas, recibir a estudiantes ir a colegios, ver la emoción de los chicos me hace bien, porque de algún modo saco ese dolor.”
-Dentro de toda esta historia dolorosa, ¿no lo tomás como un milagro saber que tenés tres hermanos, a tu padre con vida, a tus primos, a tus tíos?
-A medida que pasa el tiempo pienso que fue un milagro que yo haya nacido. Primero por las condiciones en las que estaba mamá, sufriendo lo peor: hambre, frío, torturas o hasta pudo haber sido violada. Son todas cosas que no puedo no pensar y así y todo tener la fuerza para que yo naciera sabiendo cuál iba a ser su destino: ella dio todo de sí para que naciera ese bebé, para que yo naciera. Ahí ya entiendo que fue un milagro. Con las vueltas de la vida a mis hijas le puse Milagros, mirá qué cosa, ¿no?. Pero tener a papá y a mis hermanos es algo inmenso, es algo increíble. Tuve la oportunidad de hablar con varios de los nietos y nietas que han recuperado su identidad y si bien no todas las historias son iguales, hay algo que nos une: el habernos separado de nuestras madres. Con ellos es vernos y reconocernos como hermanos. Es como si viera a uno de mis hermanos. Y ellos me dicen que soy muy afortunado de tener a papá, porque ellos darían lo que sea por tener a alguno de sus padres, poder preguntarle todo lo que se me ocurre, todo lo que se me viene a la cabeza, poder reconstruir su historia, poder formar una idea de cómo era mamá.
-Siento que procesaste rápidamente todo.
-Sí, sí, para mí es muy muy fuerte, en tan poco tiempo vivir tantas cosas: recuperar mi identidad, compartir el tiempo, conocer a mi familia, haber viajado a Italia, nunca me había subido en un avión, y compartir el tiempo con mis hermanos e ir entendiendo lo que es la historia de la familia, de militancia histórica por mi tío Mario Roberto “Roby” Santucho y lo que es la sangre, ¿no? El legado que dejó nuestra abuela en un principio lo tomó mi hermano Miguel y ahora lo asumo yo también. Y entiendo que para algo tenía que servir lo que me pasó en la vida. Y poder demostrarlo y poder darles ejemplo a mis hijas también es muy importante para mí.

“Ahora me llamo Santucho”
Lo que sigue ocurrió en una escuela de Burzaco en julio de 2023. Una niña de 9 años se paró frente a sus compañeros y resumió lo que desvelaba a su padre: como contarle a los niños quién es ahora Daniel, quién había sido durante sus primeros 46 años de vida y cómo llegó a la verdad. “Mi papá es el nieto número 133 de Abuelas de Plaza de Mayo. Él tenía dudas sobre su identidad, así que se acercó a Abuelas y pidió ayuda. Lo mandaron a sacar sangre y dio positivo. Por eso ahora tenemos una familia y me voy a llamar Santucho de apellido”, dijo Milagros, quien en ese momento contaba por qué ella también iba a cambiar su apellido.
Parece, pero no es una película. A sus 21 años su hermana adoptiva le dijo que él también era adoptado, algo que sus apropiadores jamás le habían dicho. Ahí empezó un largo peregrinar que duró 25 años y lo puso a Daniel Santucho Navajas de frente a la verdad. Su apropiador, un policía que integraba Grupos de Tareas y admirada a Miguel Etchecolatz, le mintió por vez primera cuando Daniel le pidió que le explicase su origen. Le dijo que quien hasta entonces creía que era su madre –fallecida hace 25 años- se había ido con otro hombre y volvió con un hijo y que él lo crio. Ahí Estanislao González reconoció lo que Daniel sentía: que no era su hijo biológico, pero ni una sola palabra le dijo acerca de su verdadera identidad. Debió él solo desandar el largo camino para encontrar la verdad. El 24 de marzo de 2023 ya tenía para sí la certeza de que ese sujeto no era su padre. “Llegué a ese 24 de marzo de 2023 ya sabiendo que era toda una mentira”, dice. Desde antes intuía el engaño: su apellido, su segundo nombre, su historia, el día que le dijeron que había nacido. Se mirada al espejo y era él, pero al mismo tiempo sentía que no era él: alguien dentro suyo crecía y empujaba por alumbrar.
-¿A qué te parece que se debe ese pacto de silencio que incluso se mantuvo con tu apropiador que ni siquiera te pudo decir, o sea, ¿qué lleva a una persona a silenciarse durante casi 50 años?
-No llego a entender eso. Pienso en mi apropiador ya a finales de su vida, porque él falleció antes de llegar al juicio, y nunca habló. Si ya se sabe la verdad, por qué no hablar. Las abuelas entienden que mi apropiador no solo sabía sobre mí sobre el destino de otros bebés. Él se ausentaba tres meses de la casa, se vestía de civil. No era un policía raso, formaba parte de los Grupos de Tarea (le decían “la patota” y eran fuerzas de seguridad que secuestraban ilegalmente a militantes, intelectuales, estudiantes, sindicalistas, opositores, afiliados a partidos políticos o familiares de estos para torturarlos y desaparecerlos).
-Hablas mucho de tus hijas, de Milagros y de Camila. Fueron importantes ellas para llegar a la verdad, ¿no?
-Yo las preparé cuando fui a hacerme el estudio de ADN. Los tres estábamos a la espera del resultado cuando llegó la noticia que dio positivo, que teníamos una familia, fue compartirlo con ellas y rápidamente buscamos vincularnos. Primero, a través de una videollamada, presentarse y a la semana ya el primer contacto en persona con papá y con mis hermanos Miguel, Camilo y Florencia, fue por videollamada porque ellos estaban en Roma. Y se fue dando. Yo primero pude hacer mi documento con mi verdadera identidad y después bueno el trámite para que pudieran hacerlo ellas anular un acta de nacimiento hacerlas nuevas. El nombre Camila no dejo de pensarlo que me lo transmitió mamá lo primeros meses de vida. Enterarme que tengo un hermano que se llama Camilo es muy especial. Y también es un símbolo que mi otra hija se llame Milagros.
“Me moría de amor que saliera de Milagros querer contar eso. En 30 segundos resumió lo que a mí me llevó un montón de tiempo. Me emocionó muchísimo. La directora le preguntó a los chicos si habían entendido cómo se iba a llamar Mili y los chicos le gritaron: “Milagros Santucho”. A mi nena se le caían las lágrimas y nos abrazamos con Mili y con María, su mamá. Fue un momento muy tierno, muy especial, que nos vamos a quedar para siempre, para toda la vida”.
El año pasado lo convocaron del colegio para dar una charla a chicos del secundario en el cual estaba su hija Camila. La dio junto con el Tano, su hermano, a todo el secundario en el patio del colegio. “Ver a mi hija sentada en primera fila y poder contar nuestros testimonios mi hermano desde la búsqueda desde saber a los 10 años que tenía un hermano o hermana en algún lugar y ya en su adolescencia cuando vuelve a Buenos Aires empezar la búsqueda y acompañar a la abuela y después bueno todo mi camino, ¿no? y que se acerque Cami y me abrace es algo hermoso, muy especial, por entender esto el saber que ese era el camino el que ella se sintiera orgullosa de mí y poder compartir eso yo también obviamente estoy muy orgulloso de ellas y como están creciendo verlas felices y con mucha seguridad que es lo que a mí me faltó tantos años como papá me siento realizado.”
El remedio de la verdad
No es posible saber cómo, pero Daniel procesó todo ese dolor, las ausencias, las mentiras, los destratos, los silencios, los cinismos, para convertirlos en amor: lo resume en una emoción poderosa que le inunda los ojos y le entrecorta las palabras. Cuando habla de mamá y de sus hijas y del amor de su abuela Nélida, sus ojos son otros, más tiernos. Tal vez sea algo que su mamá depositó en algún lugar del universo para que justo en este momento de su vida lo pase a buscar. “Yo me reconozco en ella. No solo llevaba otro nombre, sino que era otra persona, era una persona muy retraída, muy apagada, muy triste, poco sociable. Y mi vida cambió completamente. Creo que hay algo, definitivamente, hay algo en mí, desde mamá y desde la abuela. No solo es ver sus ejemplos sino también en sentirlos. Me pasó el 24 de marzo del año pasado, que fue el primero con la Verdad, estar en la plaza con papá, con Miguel y sentir que mamá estaba ahí con nosotros. La verdad trae mucha paz, mucha seguridad y no solo recuperé mi identidad también recuperé mi verdadera fecha de nacimiento.”
Para eso peritaron el libro de actas de la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de Claypole –donde sus apropiadores le dijeron que lo habían bautizado- y descubrieron que estaba adulterado porque debajo del 24 de marzo de 1977 que sus apropiadores habían elegido cínicamente como “fecha de nacimiento”, estaba la fecha real en que mamá lo había alumbrado al mundo: 10 de enero, una fecha que lleva tatuada en su antebrazo. “Poder tener mi verdadera fecha cambia todo. Cambia el poder vivir con la verdad”, dice él. En ese libro figuraba bautizado un 19 de marzo de 1977, cuatro días antes de haber nacido.
El guionista de la vida de Daniel escribió una escena más: el 25 de julio de 2023 estaba en el que fuera su trabajo por 18 años, en un mayorista ubicado en la Rotonda Los Pinos, de Burzaco. Hasta allí fue Manuel Gonçalvez, también nieto restituido, representante de CONADI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) y miembro de Abuelas de Plaza de Mayo, para darle una noticia que iba a cambiarle la vida para siempre. Le pidió que lo acompañe a la oficina. Daniel le dijo que no podía ir porque ese día su hija cumplía años, había encargado la torta y no podía fallarle. Por supuesto que esa noche no durmió. Al otro día, temprano, estaba en CONADI escuchando que alguien le decía que su mamá se llamaba Cristina Navajas y a sus 26 años había dado a luz a un niño en el Pozo de Banfield a pesar de haber sido torturada y hambreada y al día de hoy permanece desaparecida. Un niño que había sido arrancado de su madre y de toda su familia: era él.

Apenas recibió la noticia, volvió a su trabajo de Burzaco: quería contarles a todos quién era realmente, gritarlo si fuera necesario. “Era la necesidad de ir a compartir con quienes me habían bancado todos esos meses, todas esas dudas y compartir esa felicidad que sentía. Fue vernos, abrazarnos y llorar y por ahí los que estaban alrededor que no sabían, no entendían que era lo que estaba pasando y a medida que me fui soltando que fueron pasando los días que fui transitando toda esa felicidad todas esas sensaciones lo empecé a contar a los demás compañeros de trabajo y fue mucha sorpresa.”
El Nieto 133: un libro y un documental
Ayudado por Diego Genou, su primo periodista y escritor, escribió lo lindo y lo feo a modo de drenar el dolor y también la felicidad. Eso tiene un título: “Nieto 133, mi camino hacia la verdad” (Editorial Planeta, 2025). “La fortaleza de mi mamá, el amor de mi abuela, la fuerza de mi papá y la búsqueda de toda mi familia”, resume él. “Gracias a que hago terapia y a la contención que tengo, mi papá, mis hermanos, lo que me ayudó es también poder escribir y sacar todas esas sensaciones de angustia, de tristeza, de felicidad, y poder expresarlo. Y bueno, gracias también a estar acompañado de mi familia, el poder haber sacado un libro que hace muy poquito salió y descargar ahí todas esas vivencias, todas esas cosas que había noches que no me dejaban dormir”, dice.
Hay además un documental realizado por su hermana Florencia. Tiene momentos muy emotivos: el primer abrazo entre El Tano y Daniel (“Nos dimos ese abrazo que nos habían negado toda la vida”, dice Daniel), su visita a la ex ESMA y al Pozo de Banfield, donde él nació y donde su madre lo tuvo al menos sus primeros tres meses de vida.
Recuerda otro abrazo, el que le dio Estela de Carlotto. “Me mucha paz, mucho amor. Yo no podía creer que estaba frente a Estela”, dice. Tampoco podía creer que tuviera 24 primos, el tío Raúl de 102 años y una familia inesperada: los familiares de desaparecidos que aun buscan a los suyos y los nietos recuperados, con quienes “compartimos esa mezcla de felicidad y dolor”, dice Daniel. “Con los demás nietos somos como hermanos, como una familia. Parece una palabra hecha pero es así, hay una emoción compartida”.
“Hay que cuidar como el oro a las abuelas, que son un amor, y asumir que nosotros somos el legado”.
Ahora cada vez que lo llaman y puede, va. Y explica en detalle su historia. “En cada uno de los momentos que se da una charla, el documental o ahora que se presentó el libro para mí es dar todo, mostrar todo ese dolor, esos sentimientos de tristeza y de felicidad pero también de recarga, con ese abrazo, con esa felicitación, con ese beso, con esa foto, con esa emoción que transmite la gente cuando lo ve”. Es que el amor que le fuera negado lo recibe ahora, todo junto. “Es como que la vida que devolvió en este familión todo lo que me quitaron estos años”, dice.
A dos semanas de haber recuperado su identidad el Tano, su hermano, le mostró un trabajo hecho por unos alumnos de entre 9 y 10 años. “Habían trabajado sobre un cuento de Abuelas de Plaza de Mayo y habían elegido el cuento de la abuela Neli. La abuela cuenta que ella me festejaba el cumpleaños los 14 de febrero haciendo un cálculo de cuándo podía haber nacido yo. Ella preparaba una torta de ricota con chips de chocolate y me festejaba el cumple y al día siguiente la llevaba a la casa de Abuelas y las compartía con todas las abuelas. Yo cuando veo eso, que no tenía idea hasta ese momento, veo la cara de los chicos, veo la fecha con el dibujo de la torta y la historia y me largué a llorar, no podía parar de llorar, no podía entender cómo podía haber tanto amor. Yo ahora todos los 14 de febrero la recuerdo a ella, a mi abuela Neli”, dice. Y los ojos se le ponen vidriosos.
La marca de mamá y la abuela Neli
El 13 de julio de 1976 por la noche Manuela Santucho y Cristina Navajas de Santucho se encontraban en su departamento del segundo piso de Warnes 735, en Capital Federal, junto con sus hijos, y una amiga Alicia Raquel D’Ambra, también embarazada y cuyo hijo todavía se busca. Un grupo de cuatro personas armadas y vestidas de civil irrumpieron, las privaron ilegítimamente de su libertad a las tres mujeres y antes de llevárselas del lugar, le permitieron a Cristina dejar a sus dos hijos al cuidado de una vecina, como así también al hijo de Manuela Santucho, con la indicación que se comunicaran con la madre de Cristina para que los retirase. Como había ocurrido con Carlos Santucho –secuestrado esa misma tarde- Manuela, Cristina y Alicia fueron trasladadas a Automotores Orletti primero.
Adentro de la cartera de Cristina había una carta que no llegó a enviarle a Julio, su marido: ahí dejaba asentado que tenía un atraso de dos meses. Nélida, la abuela Neli empezó a militar en Abuelas de Plaza de Mayo con la convicción de que su nieto había nacido. “Sé que mamá era una persona de mucho carácter. Tuvo que tener mucha fuerza para soportar todo eso y también muy decidida, con muchas responsabilidades. Ella enseñaba en barrios de emergencia, en barrios muy humildes y era madre de dos hijos más”, cuenta Daniel.

Sigue cada día reconstruyendo a mamá en el rompecabezas de la vida. “Testimonios como el de Adriana Calvo no solo hablando de mamá, sino de todas sus compañeras de prisión, cómo cuidaron para que no les roben a Teresa –hija de Adriana Calvo, vecina de Temperley- o el hecho de que dejaran de comer para que ella pudiera alimentarse un poco más y así tener fuerza para amamantar. Describen qué clase de persona era mamá, porque aun estando en esa situación ponía por delante el bienestar y la vida de una de sus compañeras.”
Si dudás de tu identidad comunícate con Abuelas de Plaza de Mayo: https://www.abuelas.org.ar/dudo-de-mi-origen
Teléfono: 011-4384-0983