Hubo un hombre que intentó olvidar. Hubo un hombre que ocultó su pasado de soldado conscripto para sobrevivir. Hubo un hombre que se tragó las lágrimas para seguir en pie. Hubo un hombre que cuando aún no era un hombre sino un joven de 18 años fue enviado a una guerra en la que vivió con los pies mojados y el corazón en vilo. Ese hombre es Francisco José Marcovich y vive en el barrio El Gaucho, de Burzaco. Ahora tiene 59 años que parecen menos cuando sonríe. Es una risa sincera la suya, como una luz de amanecer que le resplandece en el rostro e ilumina alrededor.
A 40 años de la Guerra de Malvinas, Marcovich se prestó a una larga charla con Brown On Line donde revivió el infierno de la guerra, repasó los duros años de la postguerra y la actualidad dando charlas a alumnos con el fin de “malvinizar”.
La soberanía total
El museo “Malvinas, soberanía y memoria” de Adrogué, inaugurado el año pasado por el Centro de ex Combatientes Puerto Argentino de Almirante Brown agrupa, contiene, y revive la necesidad de contar Malvinas a las nuevas generaciones. Aquí charlamos, en una sala desde la cual se ven niños jugando en la plaza y se oye, como en sordina, el canto desafinado de las cotorras.
“Ojalá nuestro país nunca más tenga que pasar por esa mierda”, dice Marcovich. Esa mierda es la guerra. “Nosotros no reivindicamos la guerra. Si existe el infierno, estar en combate es lo más cercano al infierno. Ninguno de nosotros quiere una guerra. No tenemos que ceder terreno porque la soberanía está por sobre todo. Es primordial ser soberano económicamente, territorialmente y políticamente”.
Francisco tiene la mirada buena de los tipos sinceros, usa el humor para hablar de su estatura (“mido uno noventa y tres”, dirá para que todos rían). No se ha vuelto maduro solo para sumar canas, sino para tener siempre una palabra justa, pensada y sentida, a quien la necesite. Por eso ahora, aunque está jubilado como portero de escuela, muchos alumnos lo llaman para que sea él quien les coloque la medalla de egresados.
Algo increíble: hasta el viernes 2 de abril de 1982 Francisco no sabía qué era Malvinas. “Es vergonzoso, pero es así”, dice. Ocho días después, el 10 de abril de 1982, embarcó a las islas, desde Campo de Mayo al aeropuerto de El Palomar, de ahí a Malvinas. Había disparado el fusil cinco veces y de repente se vio allí, defendiendo la soberanía nacional ante el Reino Unido y la OTAN. A pesar de eso, dice: “Nosotros no somos víctimas de nadie. Víctimas fuimos todos de la dictadura, el país entero fue víctima.”
“Malvinizar”
“Las charlas que doy sobre Malvinas, a lo que yo llamo Malvinizar, lo hago por dos razones. Una es porque me di cuenta que cuando quise olvidar las cosas, no pude. Uno no puede olvidar, las cosas aparecen. Es imposible olvidarte haber pasado por un conflicto bélico. Yo siento estar devolviéndole algo a la sociedad. Siento que en esas charlas le devuelvo algo a la sociedad y me hace bien hacerlo. Es un cable a tierra, como a salir a trotar”.
“Nos discriminaron por algo que hicimos que era justo, pero antes teníamos que ocultarnos porque éramos mala palabra. Ahora nos sentimos reconocidos”. Se crio en un hogar donde alcanzaba con “leer y escribir, sumar y restar y listo”. “Hasta 2001 no me interesa la política. Aprendí que me tenía que interesar.
-¿Hubo un tiempo en que intentaste tapar los recuerdos de la guerra?
-Intenté porque necesitaba paz. Me acerqué a la iglesia católica primero, a los testigos de Jehová, a los Umbanda. Y no encontré nada. Sin ayuda psicológica, sin una pensión. Los primeros años después de la guerra fuimos muy discriminados y no entendíamos por qué, porque habíamos hecho algo justo. Nos echaban de los trabajos por ser “los chicos de la guerra”. Estaba enojado con todo el mundo. Muchos compañeros se suicidaron por la discriminación laboral.
-¿Se parece a algo el miedo que se siente en una guerra?
-(Hace un silencio largo) No recuerdo haber tenido acá ese miedo. Allá era común tener miedo, sobre todo cuando las bombas empiezan a picar cerca.
-¿Y en qué piensa uno cuando está en esa situación?
-La mejor forma era enfrentar la situación, para que termine enseguida: o te moriste o sobreviviste, no hay otra. Nadie quiere pasar por eso, entonces busca que se termine rápido.
-¿Te costó encontrar laburo al regreso?
-Pffff. Me echaron de una estación de servicio Shell de Jorge y Espora, porque al amigo que me llevó, Claudio, se le escapó y dijo que yo era un chico de la guerra. Volví a mi casa luego de cubrir a un compañero que había faltado y en mi casa ya estaba el telegrama de despido. Yo sabía que me echaban porque había estado en la guerra.
Sueños de juventud
Marcovich hubiera querido ser piloto de avión o chofer de colectivos. No tuvo la oportunidad de volar. Al segundo sueño le pasó cerca: fue por 15 años inspector de la línea 515, un trabajo incómodo donde los propios choferes terminando reconociendo su trabajo. “El periodismo se encargó de ponermos el mote ese de ´chicos de la guerra´. Y eso tiene que ver con la desmalvinización y la invasión cultural que tenemos en el país, donde hay un desprestigio total hacia nosotros mismos: nos hacen hablar mal de nosotros mismos. Para los milicos éramos los civiles ineptos que habíamos perdido la guerra por nuestra culpa; para la sociedad éramos los milicos que estábamos con los militares asesinos. Antes teníamos que ocultarnos y hoy es un alivio. Me siento reconocido”.
El soldado que cavó pozos para colocar minas en campo enemigo dice que cuando volvió se preguntó “¿Por qué nunca bombardeamos nosotros? ¿por qué los submarinos no estaban ahí? ¿por qué no pusimos minas en el agua? ¿por qué la artillería no llegaba? ¿quién armó todo eso? ¿Y por qué fuimos nosotros, si había gente capacitada? Bueno, cuando vas aprendiendo y estudiando te vas dando cuenta que todo tiene un por qué. La guerra nunca fue armada para una defensa”.
Hace unos años, Francisco tuvo la posibilidad de volver a la islas que lo desvelaron. “Volví a las islas y no cerré ninguna herida, pero me hizo bien porque hasta terminamos comiendo en la casa de una kelper. Ellos nos muestran allá como si fuésemos nazis y cuando nos conocieron se dieron cuenta de que no es así la historia”.
Dice que ahora, con los años, se sensibilizó. Cuando cuenta algún hecho de Malvinas, se le anuda la garganta aunque lo haya contado mil veces. Y sabe que su misión en “malvinizar”. Se lo escucha pleno, se lo ve sonriente y activo. El hombre que ha ido al infierno, tiene su alma en paz.