Enrique Ernesto Febbraro la pensó en el mismo instante en que el hombre puso un pie sobre la Luna: el 20 de julio de 1969. Vio la escena en el televisor de su casa de Lomas de Zamora y no dudó: se dijo que ese día tenía que ser el Día Internacional del Amigo.
¿Cómo lo hizo? Tomó lápiz y papel y escribió mil cartas que envió a cien países distintos. Le respondieron 700 personas que se sumaron a la idea de dedicar un día a celebrar la amistad. Además de la Argentina, Febbraro logró que su idea se festeje también en España, Brasil y Uruguay.
“Viví el alunizaje del módulo como un gesto de amistad de la humanidad hacia el universo y al mismo tiempo me dije que un pueblo de amigos sería una nación imbatible. ¡Ya está, el 20 de julio es el día elegido!”, les explicó a sus destinatarios. Es que para Febbraro la amistad era la virtud más sobresaliente del se humano.
El 29 de noviembre de 1983 el poder ejecutivo de la provincia de Buenos Aires estableció declarar a la ciudad de Lomas de Zamora “capital provincial de la amistad por haberse originado allí la celebración del Día Internacional del Amigo que tiene como lugar el 20 de julio de cada año”.
Profesor de psicología, filosofía, historia, músico y odontólogo. El hombre falleció el 4 de noviembre del 2008, pero como legado dejó también sus mandamientos para conservar la amistad: “Un amigo no aconseja, se mete en el problema, se embrolla, y ayuda al otro”, es el primero de ellos.
“La amistad es casta: si se mezcla con sexo, ya es otra cosa. Y tanto con un hombre, como con una mujer, tiene que estar fundada en el respeto”. Y aclara que un padre puede dar consejos pero que “jamás será un amigo”.
Febbraro era porteño pero vivió por 25 años en Lomas, fue profesor de Psicología, músico y odontólogo. Estudió filosofía y trabajó de periodista. Dos veces fue candidato al Premio Nobel de la Paz. Su padre, que se llamó igual que él, era amigo de personajes célebres de la bohemia porteña de ese tiempo: Borges, Leopoldo Lugones, Enrique Santos Discépolo y Homero Manzi. Y cuando era un chico, Enrique supo ser el cebador de los mates que animaban las charlas entre ellos.
“La amistad es la virtud más sobresaliente porque es desinteresada de todas maneras. Una virtud que se hace notar sobre determinadas personas y que se acaba. En cambio, el amigo es una persona real, que ronca, que tiene mal carácter y que uno lo aguanta porque lo conoce. La amistad es una cuestión teórica. Porque por más amistad que yo tenga en el espíritu, a la hora de mi muerte voy a necesitar seis tipos que lleven mi cajón y van a ser amigos. Y en la alegría también. Si quiero hacer un asadito en mi casa, ¿a quién voy a traer? A la gente que me quiere y que quiero.
-¿Tiene muchos amigos?, le preguntaron en una entrevista realizada en 2008. El lomense respondió: “El número de amigos que uno debe tener está señalado por los dedos de la mano izquierda. Si usted tiene cinco amigos, ya dese por satisfecho porque ha conseguido la mayor joya. Eso de que yo quiero tener un millón de amigos es el bolazo más grande que escuché, porque al amigo hay que atenderlo en las cosas de la vida, hay que acompañarlo en el espíritu, hay que serle generoso, recordarlo, visitarlo y estar junto a él no sólo para las fiestas, sino siempre.