La milonga y el triunfo, la corralera, la huella y la refalosa, la cifra y el malambo se miran entre sí absortos, incrédulos, tristes y silentes ante la partida a los 82 años de Omar “Pancho” Moreno Palacios, uno de los exponentes más importantes de la música surera, que murió anoche a causa de una encefalitis por la cual estaba internado.
Era puntual como novia nueva, diría él, hombre de palabra, sentimental y tierno, de mirada brava, poeta por donde se lo mire, hizo de las canciones verdaderos paisajes como si pintara cuadros. Era vecino de Temperley aunque nació en Chascomús, donde tenía los caballos criollos que criaba desde la década de 1970.
Entre cientos de canciones, compuso el himno de la provincia de Buenos Aires. “Provincia de Buenos Aires”, una de sus canciones insignias como la loa a su rancho, “Sencillito y de alpargatas”; una declaración de amor no dicho como “Nunca le dije nada” o la hermosa “Huella sin ella”, compuesta en un día de lluvia y soledad y todas ellas rescatadas antojadizamente entre una obra monumental del sentir surero a los largo de una carrera de 65 años.
Se vestía como el paisano que era, tomado este término en la definición yupanquiana de que paisano es aquel que tiene el país adentro. En ese silencio que Yupanqui había llamado “la hora azul de las vidalas” el canto de Omar despuntó el horizonte. Un atardecer cualquiera podía ser en su voz un crespúsculo inolvidable.
Omar era eso que cantaba: un tipo de sangre sin freno para cualquier atropellada. Paseó su arte por Europa. En Holanda cantó “Nunca te dije nada” y la gente se paró para ovacionar el tema. En París, una condesa le dijo “ha conquistado a los franceses, que no es fácil”.
En 2018 actuó por última vez en Cosquín, un escenario que se dio el lujo de dejarlo afuera de su programación durante 40 años, hasta ese 2010 en que volvió. En otra oportunidad que cantó en ese escenario le dieron 8 minutos. Omar, genial, lo sintetizó así: “El tiempo que demoran en cocinarse dos huevos pasados por agua”. La gente estalló en aplausos. En 2011, cuando le soltaron humo en Cosquín, dijo, al pasar, con altura y gracia: “Van a tener que arreglar el tiraje”.
Nadie como él pintó al caballo, a los quehaceres del campo, a los amores, las soledades y los enojos del paisano de la llanura. Nadie con su picardía y su humor, su gracia y su conocimiento de lo que hablaba. “Yo nací de potros en la sangre y pájaros en el alma. A los 7 años no tenía dudas de lo que iba a ser en mi vida; nunca tuve que hacer un curso de orientación vocacional. Lo sabía porque mi casa fue una casa de puertas abiertas. Yo vengo de gauchos. Son todos gauchos mis antepasados. Por mi casa pasaban poetas, cantores, guitarreros. Los pájaros todavía me ejercen y los potros también”.
“Hoy se canta desde afuera. El tecleo de una máquina de escribir de las de antes me emociona más que muchos de los que llenan una cancha. Yo sé cuándo se empezó a perder la tradición. Muchos de los que cantan ahora son flojos, livianitos como caldo de tero. Salvo excepciones como Raúl Carnota, que enchufa la guitarra pero sabe, el resto… Es imposible construir a partir del tercer piso: se necesita siempre de la raíz, de la tierra”, decía.
Para Omar el estilo era “el bolero de los fogones”. “Si querés apuntar algo ahí, cantá un estilo”, le sugería a Facundo Piccone, cantor de Chascomús, en una entrevista conjunta realizada por este cronista hace unos años. “El canto de la llanura es de hombre solo. Podés cantar una milonga a media letra a lo sumo, pero no hay dúos sureros. El surero es el canto del hombre solo”, remarcaba Moreno Palacios.
“Me tienen harto las chacareras con carbónico”, le dijo a este cronista. “Otro tema son los festivales, donde contrata la boletería, no importa lo que haga el artista para llenar; importa llenar. Eso va a pasar hasta que tengamos festivales del alma. Y es una pena, porque estamos los que vibramos en la misma cuerda”. Moreno Palacios se pasó 40 años sin cantar en Cosquín hasta que volvió para hacer sonar cuatro temas, en 2010.
A los 7 años ya sabía que iba a ser cantor. A los tres años, a media lengua, largó: “El que siembra come”. Su bisabuela, Barbarita de los Santos, maneaba un potro y lo ensillaba, lo volteaba para que el hijo lo montara en el suelo. Su bisabuelo era cantor y guitarrero. La verdulera del tío José y de Eusebio, la música de Juan Francisco Posadas, la marca de su abuelo uruguayo, resero y cantor. Por eso sabía de pelajes de caballos y del trabajo del campo lo mismo que de tonos y poesías. “Yo soy surero, vivo en surero, canto en surero, pienso en surero, me visto en surero. Soy surero”.
Le decían “lo suyo es muy bueno pero no se vende’”. Hasta que lo grabó el histórico sello Trova. “Cuando aparecí con esto no había un cantor surero de canto y guitarra. Había cantores criollos como Néstor Feria, Rogelio Araya, Oscar del Cerro. Pero cantor surero no”.
Profundas hasta el caracú, casi todas sus letras tienen un tinte filosófico aunque hablen de algo de apariencia sencilla. “El hombre de la provincia de Buenos Aires mira lejos”, decía Omar, quien sabía que a la patria de la llanura también se la hacía cantando.
“Cuando entre al campo de la gloria, encontraré margaritas de consuelo, tengo una dicha interior y un espíritu con alas”, hacía recitado hace poco para sus seguidores Omar Moreno Palacios, surero como el que más, autor fundamental de la música de la llanura bonaerense, que este 16 de febrero partió al silencio, envuelto en la bandera de la provincia de Buenos Aires, en algún tobiano manso y a paso lento, al ritmo de la milonga.