A Pablo y Nayla los une la vida en la misma región: el sur del conurbano bonaerense. Aunque uno en Burzaco y una en Lomas los dos nacieron en 2001, el año en que el país explotó y se llevó puesto, desde la calle y al grito de “piquete y cacerola, la lucha es una sola” a un gobierno que sostuvo con una represión brutal un feroz ajuste a la población.
Pablo: amor por el fútbol y conciencia social
Pablo Casarico tiene 20 años, juega en la cuarta división del Club Atlético Temperley, hace cinco días consiguió su título de periodista en el Círculo de Periodistas Deportivos. Cuando el país explotó el 20 de diciembre de 2001 le faltaban cinco días para cumplir 8 meses. En brazos de mamá iba de su casa del barrio Corimayo de Burzaco a comprar pañales con patacones y al día de hoy Mirta le pregunta a Hugo Casarico, su padre, cómo hicieron para sobrevivir a De la Rúa, con un solo trabajo estable, para poner comida sobre los seis platos, dos veces por día.
Casarico es una mosca blanca en el fútbol engreído e hiperprofesionalizado que cada vez está más lejos de la gente común. Lee, escribe, analiza, le gusta la política, tiene una opinión formada sobre la realidad que lo rodea. “Siempre me gustó escribir e informar. En la escritura me siento cómodo para expresar lo que siento. Sé que va a contramano de la actualidad, porque parece que se lee poco, pero es lo que me gusta”, ratifica.
Sabe que nació en el peor año de la historia reciente del país, cuando tener un trabajo estable y en blanco era motivo de envidia. “Constantemente estoy viendo imágenes y leyendo sobre eso. Yo y mi familia somos bastante activos políticamente y tenemos presente todo lo que pasó en 2001, sobre todo luego del macrismo, con un accionar económico liberal. En lo político no sé si hubo tanto cambio, en la sociedad sí, porque creo que hay un aprendizaje al igual que pasó luego de la dictadura. Diciembre es siempre un mes particular en nuestro país, fundamentalmente por lo que pasó en esos años. Siempre debatimos en mi casa, nos interesamos sobre temas de la actualidad, constantemente estamos analizando las situaciones”, dice.
“Conmigo tan chico y con mi hermana de un año y medio, mi mamá trabajaba e iba a comprar pañales para mí a La Plata. Fui leyendo y viendo informes en televisión sobre el 2001. Ella se sorprende hoy cómo hicimos, porque a mi padre lo habían echado hacía unos años como conductor de la Línea A de subterráneos y no conseguía trabajo estable. Trabajaba en negro hasta que en 2003 consiguió”, narra Pablo.
Desde 2015 juega en Temperley, llegó como delantero, pero al poco tiempo se acabaron los lugares arriba y aceptó bajar como volante por izquierda. Al otro año, otro DT le pidió que sea doble 5. Sin sacarse la camiseta, se puso el overol. Luego se corrió más abajo y a la izquierda hasta ahora, que juega de seis. “Soy correcto técnicamente y trato de cumplir. Creo que puedo cumplir en cualquier parte de la cancha”, dice. Su referente es Charles Puyol: actitud, personalidad, voz de mando. “Un tipo que marcó el camino en el Barcelona más ganador de todos”, resume Pablo.
-¿Cómo ves hoy la realidad?
-Creo que hasta la llegada del macrismo era un país vivible, en términos metafóricos, pero se complicó en el sentido económico. Desde los medios se instaló la grieta y se permite el agravio y la mentira y eso trae un perjuicio social grave. No sé cuántas veces la gente se movilizó a la casa de una presidenta para manifestarse solo por lo que ve en la televisión. En los últimos cinco años se complicó la situación, la pandemia también: hubo un combo de problemas estructurales y hay una reactivación económica pero está complicado de todas formas. Hay una impunidad con la que se maneja un sector de la sociedad que es terrible. No sé cuánto más va a tardar en que haya situaciones de violencia real y concreta que surgen porque en los medios de la derecha política y en ciertos partidos políticos –que dicen cualquier barbaridad- se la potencia. Hubo un retroceso social enorme. No veo lejos la posibilidad de que eso salga de la pantalla del teléfono para mostrarse en la calle. Los medios de comunicación son grandes responsables de esa situación de violencia.
Nayla o cómo es nacer en diciembre de 2001
Nayla Belén Segovia vive en Lomas de Zamora y tras 14 horas de trabajo de parto nació a las 23.55 del 12 de diciembre de 2001, ocho días antes del estallido popular que eyectó a Fernando De la Rúa de la presidencia. Su madre, una enfermera a prueba de tempestades, la dio a luz en la maternidad Sardá, desde donde oyó los primeros cacerolazos contra las políticas económicas del gobierno, que ya había instalado el corralito y confiscado los plazos fijos de los ahorristas y sostenía la convertibilidad menemista a fuerza de ajustes feroces a jubilados y pensionados.
“El 2001 para mí es el año en que nací. Sé que hubo una crisis política y que todo el mundo la pasó mal. Yo tuve la suerte de que mi mamá no me hizo sentir la crisis. Entiendo y me interesa la política, pero no me atrae la militancia. No tengo simpatía por ningún partido político. Mi mamá hizo cuando era chica que yo no viviera esa crisis. Recuerdo estar jugando en mi casa, tranquila, al contrario de otros recuerdos que tienen mis amigas. Me mandó a un colegio primario bilingüe, privado, con chicos que se iban de vacaciones a otros países y yo no. Luego fui a un colegio católico y en el secundario fui al ENAM de Banfield y ahí sí sentí de qué se trataba la pasión por la política, por los partidos políticos. Tengo amigas a las que les super interesa esa historia de lo que pasó en 2001, pero a mí la verdad es que no”, cuenta Nayla a Brown On Line.
“Siento que nuestra generación está más liberada políticamente, en la escuela secundaria me encontré con una enorme diversidad y es ahí cuando sentí la política. Entiendo y me interesa, no me aíslo. Mis viejos la pasaron mal, la tuvieron que remar siempre con todos los gobiernos que hubo en la Argentina. Recién ahora mi vieja está terminando la casa”, dice orgullosa la joven que sueña con ser médica y está tratando de saltar la alta valla del CBC. “La pandemia arruinó un poco el sueño de facultad”, se sincera.
En 2001, su madre había dejado su trabajo en un locutorio tras ser asaltada a mano armada. Con ese dinero se pagaba la licenciatura en enfermería, su pasión. “Había mucha desocupación y yo ni mi ex marido conseguíamos trabajo. Vendía ollas en cuotas por las casas. Eso me ayudó a pagarme los estudios”, narra ahora María Luz. Mientras pintaba la habitación de la que iba a ser su primera hija, le detectaron una alergia que podía afectarle a su hija. Por eso la internaron el 11 de diciembre. “Se escuchaba que iban a haber saqueos, el clima era tenso”, recuerda.
Con pasión, Luz explica en detalle cómo fueron esos días de calor, saqueos y miedo en los barrios del sur del conurbano. “El 15 de diciembre de 2001 salí de alta y se sentía una tensión terrible en mi barrio. Cortaban avenida Itatí, había vecinos en alerta, armados con palos y fierros, para evitar que vinieran los saqueadores. Era como las películas de terror cuando esperan la llegada de los muertos vivos. Saquearon un supermercado frente a mi casa y muchos vecinos participaron de eso. Fue triste ver esa guerra de todos contra todos, con vecinos que venían a saquear a ese mercado de barrio que habíamos visto nacer y crecer. En mi a casa resguardamos al dueño del super y sus empleados, porque les pegaban, y nos tiraban piedras en el portón de mi casa. Había gente que venía en camioneta, armada, a saquear. Fue una semana de estar así, en alerta, fue muy feo. Yo pensaba para qué había tenido una hija en esa situación. Era una desesperación terrible”.
Por Esteban Raies