Algunas personas se pasan la vida tratando de encontrar su lugar en el mundo. Como en la hermosa película de Adolfo Aristarain, Pablo Chenú encontró el suyo lejos de su sitio originario. Se crio en San José, Temperley, vivió una infancia complicada y de grande y con familia se inventó un trabajo de cuidacoches en Adrogué, pero un día decidió irse a vivir a Río Grande, Tierra del Fuego, donde montó un comedor donde alimentan a unas 80 personas.
“No encontraba laburo y tenía que mantener una familia. No lo dudé. Estuve desde 2010 hasta 2013 cuidé coches en la calle”, dice Pablo, 38 años, casado, cinco hijos, quien debió sortear la mala fama de los trapitos, se hizo conocido entre los vecinos y trabajadores de la zona de su parada, en Pellerano y Esteban Adrogué, centro de Adrogué. Peroun día decidió cambiar su destino para siempre.
“La gente de Adrogué es muy amable y muy solidaria cuando te conoce. Yo soy de una tez morocha y como yo no soy rubio de ojos celestes me costó trabajo que la gente se adapte a mi, pero después de seis meses ya me daban las llaves de los autos para que pudiera lavarlos. La sociedad te margina mucho por tu color de piel. Pero siempre estoy agradecido a Adrogué porque pude ganar el dinero para mi familia y me dieron la confianza”, le dice Pablo a Brown On Line.
Pablo se crio en la calle Charcas, casi avenida Pasco (Eva Perón), cerca de las canchas de Saturno, en San José. Pero una parte de su familia vivía en Tierra del Fuego. Lo llamaron con un “venite, acá la vida es distinta, no hay tantas cosas como en Buenos Aires, pero se puede vivir bien”. Era 2013.Viajó él solo “a buscar una nueva vida”, con la esperanza de encontrarla y poder llevar a su familia.
“Acá la gente es muy amable, te ayuda, porque casi todos vienen del norte del país. Pensaba, estoy acá, en el fin del mundo, no hay nadie y encima el lugar es muy distinto a Buenos Aires: no existen lo cartoneros, no hay trapitos, no hay niños en la calle pidiendo monedas. Me adapté porque vi lo bueno que tiene este lugar. Pude traer a mi familia: tengo cinco hijos”, cuenta.
Ahí, en medio del frío y del viento, formó un merendero para los chicos “porque estamos bien en general, pero a veces no alcanza. Es una vida cara la de acá”, explica Pablo, que entiende la necesidad porque la vivió. Lo charló con su mujer y decidieron abrir un merendero. “Empezamos con una ollita chiquita, una cocinita, pero como cuando uno tiene ganas las cosas se van dando, nos empezaron a ayudar, la municipalidad, por ejemplo. Ahora tenemos un comedor y cocinamos dos veces por semana para la gente de acá y los domingos tenemos un merendero”, narra.
En la Patagonia es que Pablo empezó a militar en Barrios de Pie. “Ahí aprendimos un montón acerca de cómo cubrir las necesidades básicas de las familias. Estamos muy contentos. Es muy satisfactorio poder ayudar, porque no hay nada más importante que la comida. Es feo pasar hambre, yo lo pasé cuando era chico, por eso emprendimos esta lucha y crecimos a pasos agigantados.”
“La agrupación Barrio de Pie es enorme y da gusto trabajar así porque cuantos más seamos más podemos ayudar. Descubrí un montón de cosas que antes no las veía. Estoy muy seguro de algo: un niño con hambre no es un niño feliz”, dice Pablo. Además, cada principios de mes organizan festejos de cumpleaños para jóvenes y chicos de bajos recursos.
Pablo siente una regocijo muy especial cuando cada chico va a su comedor. “Es hermoso ayudar. Lo siento así porque pasé por situación malas. Es feo irte a dormir con una tacita de té en la panza. Acá, además, repartimos mercadería de la mano de los compañeros. Cuando las personas están unidades pueden proyectar mucho. Hay que tener iniciativa. Por eso nos llena el alma que los chicos se vayan de nuestro comedor con una sonrisa”.