Este 16 de junio se cumplieron 66 años del bombardeo militar perpetrado en 1955 sobre la Casa Rosada, la Plaza de Mayo y otros puntos de la ciudad de Buenos Aires fue un hecho de una violencia política pocas veces visto en la historia, ya que los aviones que arrojaban bombas de fragmentación y ametrallaban a la población civil en un día laborable eran tripulados por pilotos de la misma nacionalidad que las víctimas: todos eran argentinos.
Un ataque de esa naturaleza y magnitud, propio de una guerra civil abierta, podría compararse con lo que ocurrió en la localidad vasca de Guernica en 1937, analogía que utilizaron varios historiadores, entre ellos Roberto Baschetti, para quien “el volumen o la cantidad de bombas o explosivos (que se arrojaron el 16 de junio de 1955) fue mayor al que tiraron los alemanes y fascistas italianos contra los vascos”.
Un estudio realizado en 2005 por el Archivo Nacional de la Memoria y la Secretaría de Derechos Humanos, el primer informe sobre el episodio que realizó un organismo oficial, concluyó que desde los aviones que portaban la consigna “Cristo Vence” y que buscaban matar a Perón se arrojaron “más de 100 bombas, con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos” sobre las plazas de Mayo y Colón, contigua a la Casa Rosada, en dirección al río, en las inmediaciones de esos lugares, y en el área del ex Correo Central, hoy Centro Cultural Kirchner.
Ese relevamiento no cuenta las ráfagas de metralla que también causaron muchísimas muertes y que dejaron su marca imborrable -conservada desde 1955- en el mármol de la fachada del Palacio de Hacienda, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, en cuyo asfalto y en la intersección con Paseo Colón se vieron aquel día escenas como la del trolebús 305 completamente incendiado, con casi todos sus ocupantes muertos por efectos de una onda expansiva.
El único sobreviviente que viajaba en el 305 (hacía el recorrido Lanús-Retiro) se llamaba Benito Lemos, estuvo tres meses internado y muchos años después contaría en un reportaje su recuerdo de la masacre, que concluyó con 309 fallecidos, como consignó el relevamiento de la Secretaría de DDHH en 2005, tras la revisión minuciosa de múltiples fuentes documentales.
De aquellas víctimas, de todas las facetas del intento de golpe de Estado que buscaba producir un magnicidio y al mismo tiempo descabezar al gobierno (que se suponía iba a estar reunido en la Casa Rosada al momento del bombardeo), trata la película documental “Maten a Perón”, dirigida por el realizador audiovisual Fernando Musante y estrenada en 2006.
Tanto Musante como el historiador Baschetti, autor del libro “La violencia oligárquica antiperonista” (editorial Corregidor), recordaron en diálogo con Télam algunas historias perdidas de esa jornada, que mostró hasta dónde estaba dispuesto a llegar el sector más intransigente del antiperonismo, en el que tenía un protagonismo clave la Armada, con tal de terminar con “el régimen” que odiaban: un gobierno constitucional que había sido elegido en las urnas.
Baschetti recordó que el primer avión que lanzó una bomba sobre Plaza de Mayo era piloteado por “el jefe de la base aeronaval de Punta Indio, Néstor Noriega, quien en un reportaje que le hicieron en 1972 en la revista Así reconoció que el fin del bombardeo era matar a Perón y generar terror en la población”.
Sobre la investigación realizada para la película, Musante destacó varias historias, entre muchas otras posibles, como la del médico recién recibido César García que el 16 de junio de 1955 estaba de guardia en el Hospital Argerich y de pronto tuvo que ponerse a hacer cirugías de urgencia por la llegada constante de heridos muy graves, o la de Ricardo Duplaá, empleado del área Patrimonio del Estado de la cartera de Economía, quien decidió huir a pie -junto a otros trabajadores del ministerio- en la oscuridad de las vías de la línea A del subte.
Otro protagonista de aquella jornada, cuyo testimonio fue recuperado para la película, fue el entonces teniente coronel del Ejército Orlando Mario Punzi, quien exhortaba a las tropas a su mando, leales al gobierno constitucional, a resistir a los efectivos insurrectos que disparaban desde el Ministerio de Marina.
“Punzi falleció a los 102 años. En los días siguientes al bombardeo salió en la foto de un diario del lado leal al gobierno (de Perón), cuando se produjo el golpe de septiembre de ese año fue dado de baja y después se recibió de abogado, fue poeta e integró la Academia Porteña del Lunfardo y la Academia Nacional del Tango”, relató Musante, quien lo definió como “un personaje fantástico, que merece ser investigado”.
“La gente fue a defender a Perón, y como el Ejército leal no les dio armas para defenderlo, porque les dijeron que era una cuestión ‘entre militares’, los resistentes, podríamos llamarlos así, no se quedaron con esa contestación y asaltaron dos armerías muy grandes de Buenos Aires, se hicieron con armas y fueron a pelear junto a las tropas leales contra el Ministerio de Marina, donde estaban los complotados”, reseñó Baschetti.
Por esa razón, para el historiador, el combate en ese punto de la ciudad -en lo que hoy es el edificio Guardacostas de Prefectura, en la avenida Madero del Bajo porteño, a trescientos metros de la Casa Rosada- se constituyó “en el primer acto de la resistencia peronista, que no comenzó tras el golpe del 16 de septiembre de 1955 sino que empezó aquel día, el 16 de junio, cuando la gente fue a pelear por Perón”.
Otro dato histórico subrayado por Musante y Baschetti es que casi la totalidad de los pilotos que tripularon los aviones que bombardearon y ametrallaron la Plaza de Mayo -75 efectivos de la Armada, 25 de la Fuerza Aérea más un civil, el dirigente radical Miguel Ángel Zavala Ortiz- se refugiaron ese mismo día en Uruguay, ante el fracaso de lo que presumían iba a ser un golpe: en el aeropuerto de Carrasco los recibió el entonces capitán del Ejército Carlos Guillermo Suárez Mason, exiliado del otro lado del Río de la Plata por haber participado de otra asonada fallida contra Perón.
Suárez Mason fue uno de los rostros de la dictadura que comenzó el 24 de marzo de 1976, donde revistió como jefe del Primer Cuerpo de Ejército: murió en 2005, antes de ser condenado por los más de 200 secuestros y 30 homicidios por los que estaba procesado.