Existen muchas formas de vivir el amor. Algo de esto saben Alicia Alapont y Omar Martín, un matrimonio que ya lleva 57 años compartiendo sus días y que sigue creciendo a cada paso. Él tiene 80 años. Ella 74. Comparten 8 nietos y nietas y se definen como “fanáticos viajeros”.
Viven en Adrogué desde 1975, “donde hicimos nuestra casita y nuestro jardín con mucho esfuerzo”, cuenta Alicia. Ella es jubilada y ejerció como profesora de literatura durante 25 años en el distrito. En este Día de los Enamorados, escribió unas palabras para Brown On Line con motivo de recordar su historia de amor, compañerismo y lucha.
Por Alicia Alapont
“Me abraza y siento que me envuelve toda la paz. Lo acaricio y mis manos se llenan de luz. Y cuando nuestras miradas se encuentran no necesitamos palabras para expresar lo que pensamos porque transitamos el mismo cielo.
En 1963 cuando me ví “obligada”, preocupada por recaudar fondos, a invitarlo -previo pago de una entrada nada baratita- al baile de gala que le hacíamos las chicas de 4° año a las de 5° por recibirse de maestras normales nacionales.
Al sujeto en cuestión lo había visto dos veces en mi vida . En la primera, yo debería tener 5 ó 6 años y recuerdo la advertencia de mi familia: “no te acerques a esos chicos porque son muy traviesos.
El segundo encuentro fue en otro cumpleaños de su tía. Yo ya tenía 12 años y lo vi entrar a la casa acompañado por su noviecita de turno. El “tipo” lucía sus 18 dentro de la más exagerada moda del ” petitero” de aquella época. Ni me vió. Y yo sólo lo miré para criticarlo con detalle.
Y como no hay dos sin tres… unos años después la mencionada tía se ofreció a acompañarme a la casa de su hermana para venderle las dichosas entradas a su sobrino mayor.
La mamá me invitó a tomar un té y ” él” salió de su oficina con aire casual y se acercó. Se había convertido en un muchacho normal para mi visión de flamantes 17… aunque demasiado musculoso para mi gusto.
Me ” relojeó” descaradamente y yo, que no me caracterizaba por timidez ni por el pacato recato que mi generación había empezado a desterrar, le clavé la vista con mi mejor cara de ” no jorobes conmigo.
Ni imaginé que aquel sábado del baile me iría a buscar a mi casa que ya estaba llena de amigas y amigos de mi edad como era usual. ¡No le cayó bien a nadie! Y llovieron los consejos : “es un tipo grande”, ” no le des bola”, “se hace el canchero”.
Era un tiempo en el que se podía conversar mientras se bailaba porque la música no rompía los tímpanos. En esa pista de Casablanca, en Banfield, comenzó un diálogo parecido a los que aún mantenemos : literatura, música, política, religión… Hasta me sorprendió citando un párrafo de Rabindranath Tagore que me encantaba.
Volvió al día siguiente con la excusa de devolverme un anillo que se me había caído mientras bailábamos y él guardó.
A los días él se fue a Bariloche y yo a Córdoba. Creo que durante ese tiempo de vacaciones los dos tomamos conciencia de que estaba naciendo un potente sentimiento y que estábamos dispuestos a hacernos cargo.
El mismo día en el que regresó de Bariloche tocó el timbre de mi casa y, sinceramente, a mí se me alborotó el corazón. Planeamos encontrarnos ese 1° de febrero de 1964 en el Country Club de Banfield. No rechacé el beso que después de una breve charla me estampó de repente.
Esa misma noche me propuso matrimonio, al día siguiente habló con su familia y la mía. Hizo construir un departamento en seis meses. Y a los cinco apareció sorpresivamente durante la tarde y me dijo : “Sabes? Hoy es un día muuuy importante porque hoy nos comprometemos!”, y sacó las alianzas de una cajita de terciopelo azul.
Recuerdo aquellos momentos y los veo aureolados de intensa luz y alegría, de insensatez y locura : no creo qué haya sensación tan maravillosa como la del enamoramiento total.