La lluvia hecha una cortina brumosa en el parque de la Universidad Nacional de Lanús. La tarde se hunde en el gris de las nubes y de los viejos edificios de esta universidad pública, que alguna vez fueron el eje del Ferrocarril del Sud. En uno de estos edificios con nombres y estratégicamente ubicados en un predio lleno de árboles con flores amarillas y césped recién cortado, tiene su oficina Guillemo Andrade, director de la carrera de Diseño Industrial, que recibe a El Argentino Sur para contarle un hecho que revolucionará la educación y también la música argentinas: en pocos meses la UNLa fabricará en serie un bandoneón desarrollado a partir del trabajo de alumnos becados, profesores, carpinteros, ingenieros, diseñadores, luthiers y músicos: el bandoneón Pichuco.
“Ya tenemos en marcha el plan para construir unos mil bandoneones por año después de estudiar mucho y lograr diseñar cuatro prototipos del primer bandoneón pensado en una universidad pública: el Pichuco”, asegura Andrade al diario El Argentino Zona Sur. Afuera, el tono del día es un tango: cae esa lluvia fina que este género llama garúa. Esa que molesta la vista pero no moja la piel. El nombre del instrumento refiere al músico que no no tocaba el bandoneón, sino que era el bandoneón mismo: Aníbal “Pichuco” Troilo.
El de Lanús está hecho con piezas fabricadas en una impresora 3D y pretende acercar el instrumento a las escuelas sin la idea de que -al menos en lo inmediato- vaya a convertirse en un bandoneón de concierto. “Es un instrumento muy complejo como para pensar en un bandoneón de concierto”, admite Andrade. “Por eso diseñamos uno de bajo costo, con modificaciones en la cantidad de partes y en los materiales. Usamos polímeros y plásticos”. Para llegar a este bandoneón desarmaron por completo un Premier y un AA. “No modificamos en nada la ubicación de la botonera”, aclara, mientras espera la máquina para producir por primera vez en serie un bandoneón argentino.
El proyecto arrancó por la idea de Ana Jaramillo, la rectora de la universidad, que cuando estuvo exiliada se llevó un bandoneón y aprendió a tocarlo. En 2008 Jaramillo le dijo a Guillermo “quiero un bandoneón”. Andrade tomó el desafío y pensó en industrializarlo. “Como de los pianos pasamos a los órganos”, explica. La idea era bajar el costo con la producción seriada. “Y de ese modo abrir la posibilidades de acceso al instrumento. Queremos colocar el bandoneón en las escuelas públicas con la visión que tiene esta universidad respecto de cubrir las demandas sociales y culturales de la comunidad”, dice Andrade.
“El tango es el elemento distintivo de nuestro país en el exterior, pero hoy los bandoneones son inalcanzables para quien pretenda aprender a tocarlo. Hoy un bandoneón cuesta entre 5 mil y 6 mil dólares, es inalcanzable. El nuestro es de bajo costo y sirve para entrar en el mundo del instrumento”, dice. Empezarán con el Pichuco, estima Guillermo, en unos meses. Por ahora esperan el financiamiento para la impresora 3D al compás del 2×4.
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