En el ombú centenario de la Plaza Manuel Belgrano, de Burzaco puede resumirse a todos los árboles que ofrecen sus brazos para el juego de los niños, sus hojas para frenar el sol, sus sombras para el amor. En el Día del Árbol, que se celebra cada 29 de agosto, recorremos la historia de algunos árboles del distrito, como modo de valorizar el rol fundamental que cumple.
Ese árbol al que la escritora de Burzaco Claudia Piñeiro (“Las viudas de los jueves”, “Elena sabe”) homenajeó en su novela “Un comunista en calzoncillos”, dice: “Para mí lo que definía esa plaza no era el Monumento a la Bandera sino el ombú. Nunca vi un ombú semejante en ninguna otra parte del mundo. Uno de sus brazos, el más grande, dibujaba un asiento perfecto. Había que esperar turno par usar ese asiento vivo porque cada chico que se trepaba quería permanecer allí el rato suficiente como para sentirlo suyo. Mientras yo jugaba en el ombú, no era necesario mirar al monumento ni a los cóndores. Ni pensar en la patria, ni en el himno, ni en las batallas, ni en los soldados, ni el temple oculto detrás de las puertas de hierro. Ni siquiera en la bandera. Mi patria era ésa, el ombú de la plaza.”
Desde su compañía poética, los tilos de Borges o el “Olor medicinal dan a la sombra/Los eucaliptos/ese olor antiguo que, más allá del tiempo y del ambiguo lenguaje/ el tiempo de las quintas nombra”, escribió en “El hacedor”.
Desde la lúdica infantil, muchos no olvidan la “matacaballos”, apodo de las bolillas de los paraísos, firmes y verdes durante la primavera y el verano, y amarillas en otoño y se usaban, globo y rulero mediante, para disparar. Los paraísos que extrañamente se van secando de las veredas del sur sin que nadie repare en esa muerte silenciosa.
Un estudio realizado en 2010 afirma que el partido cuenta con un 35 por ciento de su superficie no urbanizada, una de las mayores áreas verdes de la metrópolis. Cuenta con alrededor de 50 km² de espacios con cobertura vegetal, públicos y privados. En la zona rural de Ministro Rivadavia, se contabilizaron 29,6 km².
En ciudades superhabitadas como las nuestras , donde el cemento le gana al pasto, debe pensarse seriamente en los árboles como sustento de la vida. Porque todos buscamos la sombra para tomar mates o fresco, para guarecer el auto, pero la minoría es la siembra.
De aquellos árboles históricos a los fresnos sembrados hace poco tiempo en el Polideportivo Municipal de Ministro Rivadavia o en las calles de Claypole; de los altísimos del barrio Santa Rosa de Longchamps, o los álamos altos de Glew, a los que alguien riegan cada día esperanzado en que pronto crezcan por encima de sus cabezas y puedan ser, ellos también, recordados como gigantes.