“No quiero libros de descarte, sino alguno libros que hayas leído y no vayas a releerlo o alguno que creas que un preso pueda leerlo”. Así empezó Ana Sicilia a pedir libros para armar de a poco, como el hornero con su morada de barro y ramitas, la primera de las siete bibliotecas que montó en distintas unidades penales, donde desde hace tres años dicta talleres de literatura para los internos.
Ana nació y se crió en Burzaco, en un barrio sin gas donde se hizo hincha de Sanma y Burzaco es el barrio en el cual todavía vive su familia y al que cuando puede viene. “Voy a la cancha a ver a Sanma”, le dice a Brown On Line esta joven de 32 años, licenciada en comunicación social recibida en la Universidad de Quilmes, adonde iba desde su barrio en el 263. “Que nunca te deja tirada”, aclara risueña.
El inicio fue imprevisto: el escritor Julio Maradeo la invitó a dar una charla en la Unidad 9 de La Plata. Ella se paró frente a los internos y les dijo que la escritura era su trinchera, su lugar de resistencia. “Luego de eso escribí una crónica y observé que no había biblioteca: apenas dos, tres libros llenos de humedad”, cuenta Ana, columnista del programa de Julián Weich en Canal 9 y conductora en Crónica TV.
Por esos años, vivía en Chile. A la vuelta, vio que los libros ya no tenían humedad: estaban limpios, ordenados. Se envalentonó: les propuso hacer una biblioteca. Le dijeron que sí. Pidió libros por Twitter: reunió 350 yendo a buscarlos en su auto, casa por casa y recibiendo algunos. No sabía Ana que esa de la Unidad 9 de La Plata era apenas la primera de siete bibliotecas, una de las cuales lleva su nombre. “Estoy armando otras dos, en Sierra Chica y en San Martín. La idea es armar una red porque sola no puedo sostener este trabajo, tan intenso, en el tiempo”.
Fue en la cárcel de González Catán que le propusieron dar un taller propio. Lo recuerda con cariño. “Me lancé a la aventura de un taller que empecé desde cero”. Había una biblioteca, pero estaba en la escuela de la cárcel, donde no van todos los presos. “Los libros eran para un número ínfimo de internos. Está la biblioteca por una cuestión formal, pero yo quería bajar el libro al pabellón, incentivarlos: tenés la falopa y la faca es cierto, pero también tenés un libro y a la noche podés elegir tomarte a golpes con alguien para saldar una deuda o ponerte a leer un libro”, dice.
Militancia y amor
“Militancia, amor, y pasión. Militancia sobre todo”, dice cuando se le pregunta cómo hizo para, sin la invitación de las autoridades, lograr que leyeran un libro personas que jamás, nunca, lo había hecho. “Me faltan muchos. La idea es llegar a todos los pabellones”.
Sostuvo esa patriada con amor, con militancia, con fuerza. Fue sin laburo, se pagaba la nafta, el peaje, la comida. “Fue mi trinchera, mi conexión para seguir creyendo que es posible cambiarlo todo. Tenemos que llenar de libros los pabellones. Vi liberados que ahora son cineastas, poetas, docentes. Serán 10 de 50, pero pueden ser más”, dice.
Ana sabe que es posible porque lo vio. Vio internos reconstruidos entre las cenizas: hornearon pan a dos manos, trabajaron en lo que se les ofrecía entre las rejas tratando de rearmar el rompecabezas de la vida, con toda la vida afuera y todo el encierro adentro.
A la Unidad 40 de Lomas llegó porque estaba detenida la hija de un alumno que le pidió que fuera a verla. “No puedo decir que no a ese pedido. Me costó cinco meses ingresar por distintas trabas burocráticas. El ingreso mío lo piden los internos”, aclara.
-¿Qué opinás de series como “El Marginal” que ofrecen una mirada negativa y siempre parcial de la cárcel?
-Espectaculariza lo peor de lo peor y lo hace con un solo costado, de todo lo otro se olvida. Eso les molesta a los internos. Mis alumnos me decían “cuando salgamos nos van a ver como personajes de El Marginal y no somos personajes de El Marginal”. Por eso tengo en mente un trabajo para contar esta parte que no espectacular y a la que nadie le presta atención: el lado B, el lado bueno.