Esta es la historia de un hombre que amaba los mares, adoptó a la nuestra como su patria y se abrazó al pabellón nacional con valentía. Guillermo Brown, irlandés de nacimiento aunque nacionalizado argentino, tenía 10 años cuando quedó huérfano y se embarcó en un navío de bandera estadounidense cuando su familia ya estaba instalada en Filadelfia. Una década después, Brown era capitán.
En los comienzos del 1800, navegó por primera vez el Río de la Plata, que había estudiado en su formación, y tejió con él un romance a primera vista: se radicó en Montevideo para dedicarse al comercio, cuando Argentina todavía no había desatado la Revolución de Mayo.
Brown llegó a Buenos Aires un mes antes de la revuelta de 1810, la vivió de cerca y empezó a meterse de lleno en la piel de los independentistas: se convirtió enseguida en un enemigo del invasor español.
Para 1814 Brown era ya el el teniente coronel y jefe de la escuadra argentina, que consiguió luego de apresar a dos barcos realistas en las costas uruguayas. Pero fue en la isla Martín García, en poder de los españoles, el marino tuvo su bautismo de fuego y con el suyo el de la naciente Fuerza Naval argentina. El 11 de marzo de 1814, Brown ordenó atacar, encontró fuerte resistencia, insistió cuatro días después y ganó la isla para la patria naciente.
Se tomó en los dos años siguientes un descanso militar y se dedicó a la venta y la compra de armas. Cuando en diciembre de 1825 Brasil bloqueó Buenos Aires y le declaró al guerra a las Provincias Unidas del Río de la Plata, llamaron a Brown, que con la ayuda de Leonardo Rosales, Tomás Espora y Nicolás Jorge y a pesar del escaso poder naval con que contaba hizo retroceder con una gran pericia a las fuerzas del Brasil, contra quienes luchó por tres años, hasta 1828.
Plegado a la revolución unitaria del 1 de diciembre de 1828, fue designado como gobernador delegado de la provincia de Buenos Aires. En ese cruce entre unitarios y federales, Brown también tuvo participación, pero decidió retirarse a la vida privada, hasta que el bloqueo al que fue sometido Buenos Aires por parte de las fuerzas inglesas y francesas a partir de 1838 forzó al viejo almirante a volver al servicio activo.
Fue recién durante la presidencia de Justo José de Urquiza que Guillermo Brown se retiró a su quinta de Barracas, conocida como Casa Amarilla, adonde como decía el mismo, “descansaba de tantas fatigas y dolores”. Murió en 1857, cuando ya era un mito de los patriotas que preferían hundirse con su barco antes que rendirse.