Volver a trabajar. Esa es la mayor dificultad que tienen los pacientes una vez que son externados para continuar con sus tratamientos psiquiátricos de manera ambulatoria. Con la idea de que esos problemas dejen de serlo, crearon en un hospital psiquiátrico privado de Adrogué un espacio que se les ofrece como primer empleo o los prepara para reconectarse con el dinero y experimentar cómo es la relación con proveedores y clientes.
“El problema surge cuando afuera los estigmatizan y a veces se auto estigmatizan porque ya saben que los demás lo harán y se anticipan a ello”, resume Laura Pérez, coordinadora de Internaciones Breves en el Sanatorio San Gabriel de Adrogué.
“Estar trabajando acá me cambió la vida. Antes no hacía nada, me aburría pero ahora estoy en el kiosco y tengo mis roles”, asegura Sabrina, de 28 años y una de los cinco pacientes que trabajan en el local que el sanatorio psiquiátrico privado de Adrogué abrió en tiempos de pandemia.
“Quienes necesitaban salir a comprar cosas típicas de kiosco no lo podían hacer. Entonces vimos ahí la posibilidad de dar solución a esas necesidades: abrir un kiosco en el interior del sanatorio y que emplee a quienes podían trabajar”, le contó a Infobae cómo surgió la idea.
El otro proyecto es el emprendimiento Sol y Luna: venden maquillaje y bijouterie: “Tengo 62 años y hace un año salí a buscar trabajo y no lo conseguí por la edad. Sabía que eso iba a pasar. Pero desde hace unos días que soy parte y me siento útil”, señala Osvaldo sobre su tarea de vendedor en el puesto ubicado al lado del kiosco.
Un tiempo después, el Hospital Esteves de Temperley, implementó un método similar: tiene un buffet atendido por 13 pacientes del lugar.
“Cuando llega el momento de la externación surge la necesidad de continuar con cuidados de personas y eso depende de la dimensión económica o están condicionados por la dimensión económica que alcanzan. “Garantizar el ingreso de dinero es una de las cuestiones que siempre nos ha preocupado como equipo que aborda a las personas que cursan una internación y eso hizo que pudiéramos articular ambas necesidades.”
El espacio laboral que ofrece el kiosco logra que estas personas aprendan aquello que requiere un puesto de trabajo, que tiene formato de cooperativa porque parten de un capital inicial y tienen ganancias que se distribuyen entre quienes trabajan.
El desarrollo es el mismo que tiene un kiosco externo, pero en este caso es manejado por cinco pacientes que abren el comercio en dos turnos, de dos horas cada uno. Cuatro de ellos están alojados en la institución en la que conviven doce personas y concurren a su lugar de trabajo y uno está cursando una internación psiquiátrica. “Todos cumplen el horario. Abren y cierran en dos turnos: de 9.30 hasta 11.30 y por la tarde desde las 15.30 hasta las 17.00. La duración de los turnos, que comparten los cincos, no se debe a una capacidad de ello, sino porque son las dinámicas propias de la institución y fuera de esos horarios es muy poco probable que el kiosco tenga demanda”, explica la terapista.
“Lo que más vendemos —sigue— son gaseosas cola, galletitas y snacks; también panchos, pero tenemos mucha variedad como productos sin TACC. Por suerte nos va bien”. “Ella es la que está a cargo del kiosco, está cursando la internación psiquiátrica y quiere estudiar inglés. También es la que maneja el celular del kiosco y pudo terminar la escuela secundaria aquí en la institución porque somos Sede FinEs y tenemos una articulación con la escuela primaria de adultos mayores”, la presenta Laura.
Sabrina no vive en la residencia pero está internada en uno de los pabellones. Llegó a la institución en 2014. Desde entonces y hasta hace poco no había tenido un celular en sus mano y debió aprender a usar un smartphone. “Antes de ingresar tuve un BlackBerry sin tanta tecnología así que debí aprender a usarlo. Me costó adaptarme a todo lo nuevo. La app que más me gusta es Spotify porque puedo escuchar música”, asevera.
Quien también trabaja en el kiosco es Emmanuel, de 25 años, y que fue internado por primera vez en 2017. “Primero estuve en el Hospital Borda y después en otra institución de Congreso. Ahora acá ya estoy dado de alta y tengo un trabajo. Al kiosco viene mucha gente a comprar, pabellones enteros. Cuando la gente sale al parque a tomar sol siempre vienen a comprar algo”, señala.
En el caso de Cristian, de 41 años, que ingresó a la residencia en septiembre de 2019, su tarea comenzó hace unos meses como repositor y en la panchera. “No se venden muchos panchos y cada tanto me como uno”, bromea. “Me gusta mucho trabajar en el kiosco y como no trabajamos los domingos me aburro. Pero descanso y escucho música con Sabrina, porque también me gusta el metal”, agrega. Este empleo le significa “estar con ganas de emprender y hacer algo más por mi”, asegura.
Al lado del kiosco, la experiencia es la misma para quienes son parte del emprendimiento Sol y Luna, llevado adelante por cuatro pacientes que montan una mesa al lado y venden artículos de maquillaje y bijouterie. Una de las vendedoras es Claudia, de 52 años. “También vendemos bien. Lo que más vendimos fueron sombras para ojos y aritos, eso ya hay que reponerlo. A lo mejor sumamos otra cosa, están tirando ideas”, señala y confía: “Gracias a este proyecto me siento realizada porque antes estaba sola y aburrida. Vivo en la residencia y como no tenía qué hacer me sentía mal, pero ahora estoy con mis compañeros y con ellos organizamos todo”.
“Son personas con historias, no solo personas con enfermedades. Lo importante para que puedan avanzar en sus vidas es darnos y darle al otro la oportunidad de conocernos. También es importante pensar estas patologías como si fuera otro tipo de enfermedad, como la diabetes, por ejemplo, o pensar los ajustes que cualquiera haría si tiene hipertensión. Ese es el foco para dejar de estigmatizarlos”, finaliza.