Catalina Ramos de Villavicencio cumplió sus primeros 100 años de vida. Jujeña de nacimiento, pero habitante de Longchamps desde hace 66 años, Cata no tuvo la fiesta que soñó debido a la pandemia pero lo celebró con una emotiva caravana, con sus vecinos saludándola, con su familia en pleno y con ella regocijada ante el primer siglo de vida rodeada de sus dos hijos, sus cinco nietos y sus tres bisnietos más uno que viene en camino.
“Era el sueño de mi mamá cumplir 100 años y festejarlo con una gran fiesta. Siempre decía que iba a llegar a los 100 años”, le dice a Brown On Line Eduardo, uno de sus dos hijos, también vecino de Longchamps. Con orgullo, cuenta que su madre de 100 años y su padre de 98 están lúcidos, se movilizan, se cocinan y no quieren tener una persona que los ayude en las tareas de la casa.
Cata nació en Perico del Carmen, Jujuy, la patria chica de Jorge Cafrune. Recaló en Adrogué primero, pero un viaje en tren iba a cambiar su vida para siempre. Sacó boleto de segunda en el tren Roca y se sentó en los asientos de madera. Corría la década de 1940. Frente a ella iba un hombre fumando y Cata le pidió por favor que apagase el cigarrillo. Fue la primera charla con quien sería, hasta hoy, su marido: Lorenzo Agustín Vilavicencio, 98 años, telegrafista y jubilado del Correo Argentino.
Cata y Lorenzo se casaron y se fueron a vivir a Lanús. En 1948 nació Eduardo. Pero el niño vivía engripado. El médico les aconsejó que salieran de la humedad de Lanús y buscaran un lugar más alto, más seco. Allí nació su amor por Longchamps. Compraron un terreno y se hicieron la casa con un préstamo del Banco Hipotecario, “algo que hoy no pueden hacer los jóvenes”, apunta Eduardo, de 72 años.
En esa misma casa ubicada sobre la calle Los Studs, casi Alsina, a cinco cuadras de la estación, viven hoy Cata y Lorenzo. Catalina hizo la dura tarea de ama de casa y en algún momento abrió una mercería que debió cerrar en algunas de las crisis argentinas, lo mismo que le pasó a Eduardo hace unos meses, cuando cerró la librería Jesús María tras 22 años abierta al público. Heredero de la sangre resilente de su madre y su padre, Eduardo armó una librería virtual y sigue vendiendo útiles escolares “a los precios más baratos del mercado”, dice él.
Su familia le diseñó un protocolo a Cata para estos 10 meses de pandemia: sus vecinos comerciantes les acercaban hasta la casa las frutas, las verduras, la carne y cualquier otro artículo. También desarrollaron un protocolo para el festejo del centenario. “Por 10 meses que los estuvimos cuidando no queríamos que en un día se echara a perder todo, así que les pedimos a la familia y a los vecinos, a los conocidos, a todos, que se sumen a la caravana y la saluden con distancia”, dice Eduardo sobre la previa, protocolo mediante, con que se armó el especial festejo de Catalina, en el sábado nublado de Longchamps.
Llegaron los bomberos, los conocidos, los amigos, los vecinos, y entonces sí, salieron en caravana por las calles del barrio. “Fue emocionante, decoramos el ´Cata móvil´ y cuando llegamos a la casa de mi mamá vimos todos los frentes de las casas de los vecinos con globos y guirnaldas. Qué emoción, con los vecinos estoicos bajo la lluvia saludándola, llegaron los bomberos y le regalaron un ramo de flores y vino el presidente del Club Atlético Longchamps. Fue muy lindo”.
“En la caravana pasamos por el club, donde su madre fue una gran jugadora de bochas, fuimos después al barrio Santa Rita, pasamos por el cuartel de Bomberos, luego a la parroquia y volvimos a casa contentos y felices, almorzamos juntos y cada uno se fue a trabajar”, narra Eduardo sobre el histórico día en que Cata sopló las 100 velitas.