Las marcas que ha dejado Julio Cortázar en Banfield, el lugar donde vivió hasta sus 14 años, perduran en la escuela de la que fue alumno que lleva su nombre, en un pasaje corto que lo recuerda, en murales que lo reviven, pero sobre todo en sus cuentos, capaces de atravesar todos los tiempos. Desde sus 4 hasta sus 14 años, Julio caminó por las calles empedradas del oeste de Banfield.
Aunque la escuela donde estudió lleva su nombre desde hace unos años, su casa de Rodríguez Peña 585 fue demolida sin que nadie dijera ni una sola de las tantas palabras que dejó escritas Julio Florencio Cortázar, nacido casualmente en Bruselas, Bélgica y fallecido el 12 de febrero de 1984 en París tras 10 días internado en el hospital de Saint Lazare a causa de un agravamiento de la leucemia.
El pequeño Cocó, como lo llamaba su familia, vivió casi toda su vida en Argentina y buena parte en Europa: Italia, España, Suiza y París, ciudad donde se estableció en 1951 y en la que ambientó algunas de sus obras. Además de su obra como escritor, fue también un reconocido traductor, oficio que desempeñó, entre otros, para la Unesco, aunque siempre lo hizo sufriendo apuros económicos.
De niño leía tanto que su madre primero acudió al director de su escuela, por entonces ubicada en Maipú y Belgrano donde hoy existe un bar llamado “Cronopio” que lo refiere a Julio en forma directa. Su madre fue luego a un médico para preguntar si era normal que el chico leyera tanto. El médico, rápido de reflejos, tomó una decisión que iba a lacerar al niño: le recomendó que dejara de leer al menos durante cinco o seis meses, para que en cambio saliera a tomar sol al patio de su casa de la calle Rodríguez Peña.
Sin su padre, vivió en un caserón de la calle Rodríguez Peña 565, de Banfield. Su madre, una tía y Ofelia, su única hermana (un año menor que él) eran su círculo. En Banfield nacieron sus memorables relatos Los venenos y Deshoras, además de Casa Tomada, donde se menciona la calle en la que está ubicada. En Banfield, no fue del todo feliz. ”Mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza frecuente”, escribe en una carta que despacha a Graciela M. de Sola el 4 de noviembre de 1963.
“Banfield es el tipo de barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos”, había dicho alguna vez el escritor que reinventó la literatura y creó un estilo propio hasta llegar a ser un referente a nivel mundial.
Maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal. Debido a que los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en relación con el realismo mágico e incluso con el surrealismo.
Rayuela es probablemente su obra más reconocida, escrita en 1963 y traducida en 30 idiomas. A esta obra suele llamársela «antinovela», aunque el mismo Cortázar prefería denominarla «contranovela». La obra ofrece diferentes lecturas, de modo que es un libro que es muchos libros, pero sobre todo dos.
«Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas». Julio Cortázar.