“Vivir monótonamente las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente vegetar y trasportar en forma ambulante una masa informe de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la rebelión del brazo y de la mente”, había escrito Severino Di Giovanni, el hombre, el anarquista, el idealista al que la policía siguió hasta la casa quinta de Burzaco en la que vivía y lo condujo al fusilamiento más famoso de la historia argentina, cuando apenas tenía 29 años.
Severino hizo de esa frase su máxima de vida. Como Bakunin y Kropoptkine, creía que todo valía para trasformar la sociedad. “A esa labor se consagró íntegramente desde que llegó a Buenos Aires, a mediados de 1923, huyendo del fascismo”, describe Osvaldo Bayer, su biógrafo, en el monumental libro “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”.
A Severino lo detuvieron el 30 de enero de 1931 y fue fusilado el 1 de febrero de ese año, cuando sólo tenía 29 años y la Argentina era gobernada por la dictadura de José Félix Uriburu, quien había derrocado a Hipólito Yrigoyen.
Desde su primer choque con la policía, en junio de 1925, cuando panfleteó en un acto de la embajada italiana en el teatro Colón, Severino se declara anarquista y entra en una escalada de violencia y persecución policial, que termina seis años más tarde.
Huérfano desde sus 19 años, se casó también muy joven con su prima Teresa Masciulli, con quien tuvo seis hijos. Cuando comenzaban los años 20 vinieron a Argentina, donde Severino comenzó a ganarse la vida como tipógrafo y seguir con su militancia anarquista.
Sus días en Burzaco
Según un diario de 1931, por testimonio de la policía que llegó al lugar, la quinta Ana María en la que Di Giovanni vivió sus últimos 11 meses junto con Josefina América Scarfó estaba ubicada en la esquina de Belgrano y Figueroa Alcorta, en Burzaco.
Urdía en Burzaco un plan para rescatar a su cuñado de la ya demolida cárcel de Caseros, mientras disimulaba como si fuera un quintero más. “Es hermoso el lugar, esa quinta poblada de árboles añosos y olor vegetal”, describe Bayer.
“En la Quinta Ana María la vida sigue su curso como todos los días: trabajar la huerta y en el criadero hasta el mediodía, el resto del día leer, redactar el periódico, traducir para los libros a editar, y experimentar las bombas fumígenas con el preparar el ataque a la cárcel de Caseros para liberar a Alejandro Scarfó”, escribió Bayer en el capítulo “El fin”.
Tres días después de su captura, Severino fue ejecutado, ante la presencia de cinco periodistas, entre ellos Roberto Arlt, quien describe el fusilamiento en el genial “He visto morir”. Tras la muerte de su amor, América abandonó la quinta, dejó la huerta y el criadero de aves de corral para los vecinos.
Anarquía, terror y sueños
El 24 de diciembre de 1927 Di Giovanni entra al National City Bank con una pequeña valija, la deja cerca de la cabina telefónica y pocos segundos después todo el edificio parece que salta por el aire. Dos muertos y 23 heridos.
Pocos días después detona otra en el consulado italiano, pero es más poderosa y deja 9 muertos y 34 heridos. Entonces sí: toda la policía de la Capital y de la provincia está tras Di Giovanni, que se mueve, ágil, en las sombras y publica las obras de ideólogos anarquistas, además de su periódico Cúlmine, desde donde fustiga a sus compañeros de La Antorcha y La Protesta. Su sueño: tener una editorial anarquista.
Tras asaltar a los pagadores de Obras Sanitarias y hacer detonar varias bombas en los andenes de Retiro y Constitución, la policía se le va al humo aún más. Descubren que ese quintero de pala en mano y zapa de mango largo que vivía en Burzaco era el hombre más buscado. Hasta acá había llegado con la jovencita América Josefina Scarfó, hermana de Paulino.
Lo capturan en Capital Federal. Al salir de la imprenta donde editaba las obras de Reclus, es reconocido por la policía y más de cincuenta revólveres se ciernen sobre él. Al verse rodeado, Severino se dispara el último tiro sobre el pecho, pero no muere.
Pocos días después, el 1 de febrero de 1931, luego de un juicio sumarísimo, defendido por un teniente primero al cual su alegato le cuesta el exilio, Severino Di Giovanni cae acribillado por el pelotón de fusilamiento. Más de cien personas se apiñan para poder ver de cerca la ejecución. Al día siguiente las balas del pelotón acribillan a Paulino Scarfó, su cuñado, con quien también compartía la casa quinta de Burzaco.