Antes de ser un hospital, Lucio Meléndez fue un médico nacido en La Rioja y aquerenciado en Adrogué, adonde falleció a los 57 años un 7 de diciembre de 1901. Meléndez, recordado por ser un revolucionario en el estudio y tratamiento de las enfermedades mentales, hizo la primaria en La Rioja, el secundario en Córdoba y se recibió de médico en Buenos Aires, cuando tenía 28 años, en 1872.
Pero en La Rioja, el niño Lucio aprendió el abecedario gracias a la mujer de un santero (escultor de imágenes religiosas). A falta de papel el muchacho escribe los palotes, los números y las primeras palabras en tablas de cactus y algarrobo, cuando no en tejas de arcilla y hojas de árbol. “Todo a punta de carbón y de ladrillo en vez de tiza”, recuerda su biógrafo.
Una vez convertido en médico, Lucio vivió dos hechos que iban a marcarlo a fuego como profesional: participó de la Guerra que Bartolomé Mitre le declaró al Paraguay, donde actuó como flebotomista y médico general, y luego tuvo que participar en los servicios de asistencia pública obligado por las epidemias de fiebre amarilla y cólera, en 1869 y 1871, aunque sería reconocido por ser un notable especialista en psiquiatría.
En 1876 fue nombrado director del hospicio de las Mercedes (hoy hospital José T. Borda), uno de los primeros hospitales porteños y la principal institución psiquiátrica del país, que había sido fundado a fines del año 1865. “Este lugar es un depósito de seres humanos, sumidos en la más espantosa miseria, con calabozos húmedos, oscuros y pestíferos, sin otra cama que el desnudo y frío suelo en los que yacen, aglomerados, los pobres alienados”, había dicho Meléndez de los pacientes psiquiátricos.
Por eso, Lucio Meléndez intentó convertirlo en un asilo de caridad. Su método de trabajo eran la estadística epidemiológica, la observación, la comparación rigurosa de los casos clínicos y la investigación terapéutica. Hasta el momento en que él asumió como director, los elementos terapéuticos con los que contaban los médicos se reducían a la sangría, el sedal, los revulsivos cutáneos y el opio. Los alienados permanecían encadenados y durante la noche encerrados bajo llave, cuando todo el personal se retiraba.
Meléndez les quitó las cadenas a los enfermos mentales e inauguró un nuevo ciclo en la historia de la psiquiatría moderna, con lo que llamó el Tratamiento moral. Amplió los pabellones y aportó mejoras en la calidad de vida de los pacientes y fue el primero en llevar una estadística de los internos. Durante la gestión de Meléndez al frente del Hospicio de San Buenaventura se llevó una minuciosa estadística, se realizaron obras de ampliación y el 5 de mayo de 1887, siendo presidente Julio Argentino Roca e intendente municipal Torcuato de Alvear, se inauguraron las nuevas instalaciones bajo la advocación de la Virgen de las Mercedes.
El médico estudió los problemas mentales producto de la inmigración masiva, que recibía el país por aquellos días de 1884. Su interés se centraba en encontrar soluciones a implementar, desde el estado, en materia de salud pública. Se interesó por el problema de la alienación y la locura.
Así se ganó el prestigio de sus colegas argentinos y de otras partes del mundo. Meléndez fue el pionero en considerar que los enfermos mentales deberían estar bajo el amparo de una ley que los protegía y los asemejara a los menores de edad. Como titular de la cátedra de Enfermedades Mentales de la Facultad de Medicina de la UBA le tomaba los exámenes a sus alumnos en el mismo hospicio, desde donde se retiró en 1892.
Meléndez es considerado el primer gran clínico de la locura y el principal promotor de la secuestración del alienado para que los recursos terapéuticos médicos y morales pudieran llevarse a cabo correctamente. Fue el primer médico forense psiquiátrico reconocido como tal en la Argentina, además de un prolífico escritor: compuso más de 110 trabajos especializados.
Se retiró a los 50 años debido a una afección cardíaca por la cual falleció pocos años después, cuando ya era un célebre vecino de Adrogué.