Por Federico “Ruso” Scurnik (*)
De todos los futbolistas que llegaron a ser profesionales, un muy alto porcentaje supieron pasar por todas las instancias del proceso piramidal hasta llegar al más alto de ellos. Éstos son baby fútbol, infantiles (ya cancha de 11), inferiores, reserva y, finalmente, primera división. Con esto, pretendo subrayar que el ritual que acompaña la rutina del futbolista proviene de larga data, desde el final de su infancia, y no desde casi el final de la adolescencia, cómo el común de la gente percibe.
El ritual consiste en levantarse temprano, preparar el bolso, salir a coincidir con aquellos compañeros que viven cerca y trasladarse en el medio de transporte, correspondiente a cada etapa, hacia el lugar de entrenamiento.
En el ingreso al vestuario se genera el momento de intimidad del grupo, de interacción, donde se originan las relaciones que van a trascender el contexto deportivo y, en algunos casos, acompañarte durante toda una vida.
Es tan extenso el camino recorrido, que se hace muy común que un futbolista tenga sus mejores amigos en la vida, provenientes del fútbol, conozca sus parejas por compartir en momentos de óseo con compañeros de fútbol, descubra un talento escondido fomentado por un compañero del club, entre otras tantas experiencias que tienen su génesis entre compañeros de fútbol.
Luego se pasa al campo para arrancar el entrenamiento, en donde uno da cuenta que los objetivos personales no cuentan en absoluto si se alejan del objetivo grupal, que no se puede lograr nada sin la participación del resto, se enfrenta a esa mágica experiencia de dar cuenta que no sólo el resto puede influir en mi aprendizaje y posterior crecimiento, sino que yo también desde mi humilde lugar puedo aportar en el óptimo desarrollo de mis compañeros.
Al fin llega el día de la competencia, ese escenario propicio para ir en busca de la consecución de metas, para demostrar poseer el nivel requerido, también medirse con rivales dignos de respeto y , porque no, de admiración, cuyo enfrentamiento otorga la posibilidad de potenciarse, y, fundamentalmente, en momentos críticos de un partido, donde la estabilidad emocional “tambalea”, recibir el apoyo físico, en alguna jugada decisiva, o moral, con un gesto o una palabra en el momento preciso, de ese compañero, para dar cuenta que está dispuesto a todo por vos.
La cuarentena, una etapa oscura
Ingresando en el terreno de la moraleja, esta situación atípica de cuarentena remite al futbolista a la etapa más oscura de su proceso, la lesión. Una lesión te separa del resto, física y espiritualmente. La rehabilitación de dicha lesión, propone un escenario muy diferente al cotidiano, un escenario de soledad, de individualismo y de lejanía con los objetivos grupales.
Con todo lo anterior, ésta coyuntura de cuarentena atenta contra la solidez emocional del futbolista y la define como una etapa cuasi trágica. Porque toda la primera etapa descripta a grandes rasgos, sin poder explicar con palabras el nivel superlativo de intensidad en el contenido emocional de aquellas experiencias, marca la imponderable necesidad de desempeñarse en grupo.
Es cierto que se puede entrenar desde casa, pero el futbolista no anhela verse bien al espejo, eso no lo conforma, entrena para competir, para fomentar el esfuerzo de sus compañeros, con quienes se siente capacitado para ir tras sus objetivos, tras sus sueños.
Cualquier futbolista que sueña desde pequeño y visualiza su momento de gloria, lo simboliza con el gol de Maradona a los ingleses en 1986. Hasta en esa intervención, tan individual, se necesita de un compañero que te ceda el balón, de algunos otros arrastrando marcas y de todos ellos corriendo desaforados a tu encuentro una vez consumado el gol.
El futbolista no concibe su rutina de otra manera que no sea en grupo, ese grupo que lo recibe, que lo acepta, que lo cobija y lo empuja a ir contra todo. Por eso no está experimentando una situación de oportunidad, está bloqueado, sólo respirar la humedad del vestuario y el verde césped con todo lo que ese simbolismo representa, le puede devolver la tranquilidad al futbolista que hoy está viviendo su peor pesadilla.
(*) Arquero y capitán de San Martín de Burzaco. Es Psicólogo Social y tiene dos diplomaturas en psicología del deporte.
(Foto: Sofi Silva)