El ingeniero industrial Miguel Raduazzo inició en su casa de Temperley los primeros ensayos de un proyecto desarrollado a pedido de la NASA: creó una microalga que tiene 200 veces más calcio que la leche y que esa agencia espacial estadounidense comprime en pastillas para alimentar a los astronautas.
“Muchos alimentos, como la leche, la calcifican con hierro. Las microalgas las podés adicionar a las comidas diarias e incorporan los nutrientes que faltan. Por otro lado, ordena y alinea el funcionamiento de todos los órganos. Si vos me decís que tengo que comer cuatro pastillas por día, es terrible, pero yo no planteo eso. Sí que las algas tienen una velocidad de reproducción que se multiplican en pocas horas. Es uno de los alimentos más completos sobre la faz de la tierra. Estimula los órganos vitales para eliminar las toxinas, las impurezas y contaminantes, que por incapacidad de los propios órganos no podemos eliminar”, dice Raduazzo.
“Son las famosas pastillas de los astronautas para que no se les atrofien los músculos, con todos los nutrientes necesarios para cuando encaraban los viajes espaciales. Nutricionalmente, estas algas comestibles, llamadas chlorella y espirulina, superan a cualquier alimento tradicional: un gramo de microalga tiene 200 veces más de calcio que la leche”, continuó.
Cómo llegó a la Nasa
En 2017 Raduazzo viajó con su familia para festejar los 15 años de su hija en Estados Unidos. Un día antes de regresar a Temperley hizo su jugada maestra: dejó en la sede de la NASA, en Cabo Cañaveral, un proyecto suyo en la mesa de entradas. Mientras armaba la valija del regreso lo llamaron: eran de la NASA para pedirle que se quede 15 días más, con todos los gastos pagos para él y su familia.
A la Nasa llevó “una inquietud que me acercaron desde la Universidad Nacional de Quilmes, en donde buscábamos incorporar a nuestro país un plan para luchar contra la desnutrición infantil”, dijo Raduazzo-
La NASA le entregó el puntapié inicial. Le explicó cómo se trabajan, cuáles son las cepas y cómo diseñar los reactores para generar este tipo de alimentos, vitales para liberar el oxígeno de las plantas y acaparar únicamente el carbono.
“Yo quiero reunirme con los municipios y que vean el proyecto. Podemos hacer que de Lomas se expanda por la provincia de Buenos Aires y desde allí a todo el país. Se puede incorporar a programas contra el hambre, se puede hacer”, contó el ingeniero.
Una fábrica de dólares
“Se necesita una inversión para armar un reactor. Entonces me pregunté: ¿cómo podemos suplantar este proceso? Lo que observé es que a diario se entierran 60 toneladas de ramas, hojas y plantas que se producen de forma urbana. Yo puedo diseñar un bioreactor para poner las ramas y generar un calor que quemen los residuos”, relató.
Y completó: “El proceso que planteo es una fábrica de dólares: una tonelada de algas en un día, a un valor de USD 8.000 para exportar. Es trabajo, es producción. Son divisas. Creo que podría ser una solución para un futuro inmediato”.
Raduazzo es hijo de un mecánico y en 1992, cuando tenía 28 años, se quedó sin trabajo y empezó a estudiar ingeniería industrial en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Luego curso en la Universidad Tecnológica Nacional ingeniería mecánica.
En los últimos años, Raduazzo creó el Centro de Investigaciones en Ciencias y Tecnología a través de una serie de laboratorios desarrollados en Temperley, Glew, Guernica y La Matanza. “Todos están conectados con la Estación Internacional Espacial para intercambiar datos”, indicó.
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