El jueves pasado cuando andaba con su carro por la zona del Congreso vio la estructura que los gremios docentes montaron en la plaza y decidió preguntar si alguien podía ayudarlo a cumplir su sueño de estudiar. Carlos Giménez tiene 45 años, es cartonero y ayer tuvo el primer día de clases formal de su vida, tras acercarse a la Escuela Itinerante que los gremios docentes armaron frente al Congreso de la Nación, para pedir que le enseñen a leer y escribir.
La vida de Carlos no es sencilla. Todas las mañanas debe salir a juntar cartón para vivir, y ahora deberá agregarle por las tardes las clases. Carlos está casado, tiene tres hijas, dos hijos y dos nietas que no viven con él en el hotel del centro de la ciudad, sino en un hogar de Longchamps.
Vestido de camisa a cuadros y con su larga cabellera peinada con cepillo, Carlos se presentó ayer junto con su esposa, Melina, en la escuela primaria para adultos Esteban de Luca, en el barrio porteño de Balvanera, para arrancar con las clases. “Estoy muy contento y muy orgulloso de empezar a estudiar. Tengo 45 años, pero quiero enseñarle a los chicos que nunca es tarde para volver a empezar”, expresó Carlos a la agencia Télam minutos antes de entrar en el aula a la que irá luego de las primeras lecciones que le dieron en la Escuela Itinerante.
“No tengo miedo ni vergüenza. Estoy con muchas ganas de aprender y de demostrar que puedo. Ya va a llegar el día en el que estemos todos juntos, unidos como familia”, cerró.
“Los maestros me respaldaron y me dieron su apoyo. Quiero ser un ejemplo para los muchos ‘Carlos’ y ‘Carlitos’ que no saben leer o escribir, que están tirados en las esquinas tomando o pidiendo monedas en un semáforo”, aseguró. Cuando se le preguntó por qué decidió empezar a estudiar, Carlos no dudó: “Cada vez que mis hijas me decían ‘papá, ¿me ayudás con la tarea?’, y yo tenía que responderles que no sabía, que le preguntaran a su mamá, me agarraba una cosa en el pecho horrible. Me dije a mí mismo: ‘Yo tengo que poder, tengo que tener fe y voluntad'”.
Con la voz a punto de quebrarse, pero con una sonrisa luminosa el cartonero aseguró que fue ese empujón que le dieron sus hijos el que le faltaba para animarse: “Los chicos me enseñan a mí y me dan el empuje para saber que se puede”. Ahora que comenzó a estudiar, su sueño es tener su casa propia y llegar a ser maestro.
En la Escuela Itinerante, Sandra Sandrini, una de las maestras que trabajó con Carlos durante los seis días que él asistió, explicó a Télam: “Era analfabeto funcional. Llegó sabiendo decodificar palabras, frases e incluso textos enteros, pero no los comprendía. Uno de los desafíos de alfabetizar a un adulto es “romper la barrera de la vergüenza y la falta de autoestima. Socialmente es normal que un niño no sepa leer y escribir, pero alguien de más de 40 años se supone que debería saber, el adulto trata de disimular esa falta”, continuó Sandrini, maestra en la escuela Integral Interdisciplinaria N°21 de Lugano.