Por Natalie Silva (enviada especial a Olavarría)
Salimos el sábado a las 9 desde Monte Grande. La idea era ir a Olavarría y volver en el día. Aunque quisiéramos quedarnos no se podía: las noticias daban cuenta de las capacidades agotadas en los hoteles, en las casas particulares que alquilaban cuartos, en los camping. Lo mismo en las ciudades vecinas. Fueron 400 kilómetros eternos que duraron nueve horas. Llegamos a las 19 a la ciudad de la cal. Poder estacionar fue tan difícil como llegar: pudimos dejar el auto a unas 60 cuadras y comenzamos a caminar hacia el predio “La Colmena”. Empezaba a anochecer.
En el camino, la fiesta de siempre. Canciones de Los Redondos, la banda sonora en la calle de los que gritan ese deseo de “sólo te pido que se vuelvan a juntar” o “ si tocan en la luna, la luna la vamos a copar” y la liturgia de siempre: asado en la vereda, birra, fernet, puestos de comida, remeras y demás souvenires. Lo de siempre y, como siempre. No deja de asombrar el fenómeno que despierta este tipo de 68 años, en jovatos y en niños, en adolescentes y en los que empiezan a peinar sus primeras canas.
Llegamos casi sobre la hora del recital. La peregrinación nos resultó eterna. Salvo señalizaciones en los postes de luz o en los árboles no había guardias de seguridad que nos guiarán por donde entrar o que cacheen en los accesos. Seguimos a la manada, la mayoría sin entrada aprovechando el tumulto y la ansiedad de llegar antes de que la voz en off anuncie: “Señoras y señores, con ustedes Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”.
Nunca hubo nadie que nos pidiera la entrada.
A las 22 se apagaron las luces y Solari arrancó con una deuda de su anterior recital. “Barbazul versus el amor letal”, un clásico de Los Redondos que no había terminado de tocar porque en Tandil uno de los desubicados de siempre tiró una zapatilla al escenario. Todo seguía con normalidad hasta que a las 22.20 se prendió la luz y Solari hizo la primera interrupción de la noche para reclamar dónde estaban los de seguridad y Defensa Civil porque “hay gente tirada en el suelo. Si siguen empujando así no vamos a terminar el show. Desgraciadamente se junta mucha gente y no se puede controlar. Paren un cachito, están pisando a gente que está borracha”, dijo. Luego continuó con un tema lento “para ver si se calma” y cantó “Héroe del whisky”. Pero el clima había cambiado.
“Estuvimos toda la semana hablando de esto”, dijo en otra interrupción en referencia a los mensajes de la semana previa de sus allegados donde pedían que “cuiden a quién tienen al lado. Este es un momento especial. Hay intereses oscuros que con pocos miembros pueden alterar la fiesta “.
“Hay 200 mil personas y son diez por los que estamos teniendo quilombo. Por favor córranse dos metros más para atrás”, ya pedía un Indio con una voz visiblemente irritada y una molestia que se sintió todo el show, con intervalos largos entre tema y tema que nos hacía sentir que algo pasaba, que no sabíamos qué era pero nunca hubiéramos imaginado.
El recital continúo. El Indio consideró que era lo conveniente. Cancelar el show con 300 mil personas excitadas no era la mejor opción y la avalancha de la multitud podría ser una tragedia mayúscula. Si bien había un grupo que hacía “bardo” como ocurría en tiempos de Los Redondos, también había fiesta, había grupos de padres con sus hijos, familias, jóvenes, parejas que estaban disfrutando del frontman más convocante del rock nacional.
Las despedidas son esos dolores dulces
Más allá de estas alteraciones, Solari trató de darle un curso más o menos normal al recital: se tomó el tiempo para hablar -como siempre lo hace- de las Abuelas de Plaza de Mayo y convocar a quienes tienen dudas de su identidad a hacerse el examen de ADN y aprovechó para criticar el proyecto para bajar la edad de imputabilidad que propone el Gobierno de Mauricio Macri.
Unas canciones antes del final, el Indio agradeció esta muestra de cariño que “no es común en el mundo” y volvió a dejar entrever que si no era el último sería uno de sus últimos shows. “Ya no estamos para estas cosas”, se lo escuchó decir. Soltó “Nuestro amo juega al esclavo” en la antesala de la despedida que llegó con el pogo más grande del mundo en los tonos de “Ji Ji Ji”. Ahí, en esa guitarra que suena como una puñalada, fue toda una fiesta y la multitud dio muestras de esa locura inexplicable, que trasciende lo estrictamente musical. Esta vez, el Indio regaló una canción más y todos bailamos con “Mi perro dinamita”. Eso fue todo. Sin saludo de despedida se escuchó a un seco locutor informar el lugar donde encontrar a los chicos y personas perdidas.
De a poco la multitud comenzó -comenzamos- a salir, totalmente desorientados, sin personal de seguridad ni de la policía guiando por dónde salir. Con la sensación de que nos cuidábamos entre nosotros o no nos cuidaba nadie. Algunos vecinos salían a la puerta de sus casas y guiaban a los “turistas ricoteros” sobre la ubicación de las calles donde estaban los micros o los puntos de encuentro que habían establecidos con sus amigos. A pesar de la “demonización” de cierto tipo de público que se quiso vender en algunos medios, la solidaridad estuvo presente en los olavarrienses.
Alejados de la zona de tumultos, empezaron a llegar los mensajes de nuestros familiares preocupados para ver si estábamos bien porque en la televisión hablaban de una tragedia de varios muertos. “¿Qué muertos?” Y ahí comenzamos a entender esa sensación de incomodidad que se vivió en ciertos momentos del show.
Con sentimientos contradictorios subimos al auto para volver, que tardó horas en salir a la ruta. Sentíamos la alegría de haber sido parte de una nueva “misa ricotera” con todos los condimentos de siempre. Por adentro nos corría el sabor amargo de la tragedia.
Llegamos al 11 de marzo con la sensación que era la despedida del Indio Solari de los escenarios. Volvimos a casa con la certeza de que si como reza la lírica ricotera “las despedidas son esos dolores dulces” esta despedida, si es que finalmente lo es, será la más triste, sobre todo por el fenómeno social y cultural que el Indio Solari representa, inentendible o repudiable para esa falsa intelectualidad que considera que todo lo masivo es degradación de la cultura, como si tener el don de llevar multitudes te alejara de la calidad estética.
Los días que siguen traerán la necesidad de satisfacer la sed de encontrar un culpable. Si fue el Indio. Si fue la producción. Si fue el Estado provincial o el municipal. Si fueron los “barderitos de siempre”. Su fueron los “padres irresponsables” que llevan a sus hijos. Como cada vez que pasa una tragedia. Como en las tragedias anteriores y en las que, lamentablemente, vendrán. Y cada uno va encontrar el chivo expiatorio que le cierre a sus intereses aunque a la mayoría nos duela en lo hondo que haya “tanto hermano muerto, tanto amigo enloquecido”.