El 10 de diciembre, Mauricio Macri tomó el poder tras ganarle la segunda vuelta electoral a Daniel Scioli. Asumió con la promesa abstracta de “unir a los argentinos”, juró que los trabajadores no iban a pagar el impuesto a las ganancias, prometió una reactivación económica que asoma como utópica y durante el debate con el candidato del FpV dijo que no iba a decretar ningún tarifazo y negó que fuera a devaluar el dólar.
Lo cierto es que durante el primer año de gobierno Macri usó el veto para echar por tierra leyes votadas en el Congreso -la que frenaba los despidos, por caso-, los Decretos de Necesidad y Urgencia para saltearse procesos constitucionales -el nombramiento de dos ministros de la Corte Suprema, por ejemplo. Y amenaza con un nuevo veto si el Senado convierte el ley el proyecto que intenta que los trabajadores no paguen el impuesto a las ganancias, tal como el mismo presidente había prometido. Hoy pagan ese tributo el doble de los que pagaban el año pasado.
Por eso, Macri prefirió celebrar su primer año con un escueto mensaje en las redes sociales. Con un cartel que decía “1 año juntos” y ninguna mención para un gobierno que según las encuestas tiene la desaprobación de más del 40 por ciento de la Argentina.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, resumió con sinceridad el primer cuarto del gobierno de Macri: “No hemos tenido un año sencillo”, reconoció. Macri lo sabe, por eso quiere recuperar terreno con su vieja fórmula de salir a tocar timbre en un desesperado intento por frenar la pérdida de imagen positiva en una población golpeada por una economía caída en recesión. Por ahora, quiere apuntalar con las redes sociales la desconfianza de sus propios votantes, horadada su imagen por el tema Panamá Papers.
Durante sus primeros doce meses de gestión, la discusión mayor pasó a ser, como era de prever, el rol del estado. El presidente decide la vieja fórmula de la derecha: hablar de la mano invisible del mercado como reguladora natural de una economía que se comprime, desacelerada por las medidas erráticas del gobierno y por la caída en crisis del primer socio comercial argentino: Brasil.
Inflación. La mayor de la última década, impulsada desde el Gobierno por una devaluación feroz que llevó el dólar por arriba de los 16 pesos y que cerrará el año en un 45 por ciento. Los alimentos, con los supermercadistas remarcando sin control, fue el rubro de mayor aumento y el que más impacta en toda la población. Aunque subsiste el programa Precios Cuidados redujo considerablemente la cantidad de productos. Hubo también subas generalizadas en peajes, alquileres, nafta, las multas, la VTV, el trámite de DNI y pasaporte, entre otros rubros que dispararon una inflación incontrolable, reconocida por el propio ministro de Finanzas, Alfonso Prat Gay. El desafío era bajar la inflación y el ministro creyó que iba a lograrlo enfriando la economía, o sea, quitando dinero de la calle. Pero no resultó: se paró la actividad económica y la inflación creció como los monstruos de las películas de terror.
Tarifazos. La quita de subsidios a la electricidad, el gas y el agua corriente disparó el mayor aumento de los últimos 15 años. Eso desató una catarata de amparos, que obligó a Macri a cumplir la ley. Debió hacer las audiencias públicas para discutir los aumentos. El ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, sigue hoy en la cuerda floja. Es el autor de la frase “vamos aprendiendo sobre la marcha”. Los transportes públicos aumentaron un 50 por ciento y el subte trepó a los 7,50 pesos.
Inseguridad. Volvieron los secuestros express, sobre todo en el conurbano bonaerense, la zona más caliente. Se multiplicaron los robos menores y los crecieron los asaltos a mano armada con desenlace violentos. Sólo en Lanús, hubo 23 muertos en los primeros 8 meses del año. En Brown también creció la inseguridad, con robos al voleo, entraderas, asaltos violentos a comercios y robos en las calles. El Gobierno de Macri, jaqueado por la inseguridad, debió enviar fueras federales a distintos distritos del conurbano, aunque eso no logró ponerle un freno al delito.
Desempleo: Las empresas de construcción frenaron el ritmo sostenido que habían tenido en los últimos tiempos. Y arrastraron al resto porque la construcción mueve las industrias de hierro, madera, cementos, piedras, arena. Otras industrias, afectadas por la apertura de las importaciones, como la informática, se ajustan para cuando deban rendirse ante los productos de economías más poderosas y deban despedir, según sus cálculos, 12 mil personas. La industria textil, desde las grandes empresas que debieron suspender personal, hasta talleres pequeños, se redujeron, perdieron mercado y, en muchos casos, cerraron sus puertas. Los comercios también fueron golpeados por el enfriamiento de la economía, que pasó de fortalecer el mercado interno a una recesión de la que no parece recuperarse en el corto plazo. Según el Indec, creció el desempleo hasta casi el 10 por ciento y hay casi 9 millones de pobres.
Decretazos. Macri arrancó este año que termina con la birome caliente: firmó 29 decretos en un día: cambió la ley de ministerios por decreto, postergó la aplicación del Código Procesal Penal y le devolvió a la Corte Suprema ka potestad de las escuchas telefónicas. También por decreto, nombró jueces en la Corte Suprema, dejó en cero las alícuotas para exportaciones de la minería, bajó las retenciones a la soja y quitó la del resto de los cereales. Bajó el impuesto a los cigarrillos y también por decreto hizo que no pagasen tasas las empresas organizadoras del Rally Dakar. El último decreto habilita a familiares de funcionarios a blanquear dinero que tienen en el exterior.
Endeudamiento. Con el aval del Congreso, consiguió pagar el exhorbitante costo del 7 por ciento a los acreedores que se habían quedado afuera del canje de la deuda tras la caída en default. Eso le abrió la puerta al mayor endeudamiento de la historia argentina: 40 mil millones de dólares. Hizo lo que en economía se llama roll over, es decir que tomó deuda nueva para pagar otra deuda. El año que viene tomará deuda por 47 mil millones de dólares y prevé un dólar a 17 pesos. La explicación es que este gobierno toma deuda para pagar la que generó el gobierno anterior y poder equilibrar las cuentas. Pero el rojo es cada vez más grande: el déficit fiscal es del 47 por ciento.
Inversión. El reciente plan de blanqueo de capitales es, más allá de conclusiones políticas, un desesperado intento por hacerse de dinero y tratar de que “la lluvia de inversiones” prometida por Macri durante la campaña sea al menos un goteo que le aporte algo de aire a un gobierno que parece no tener otro plan que la inversión extranjera.