Es de película la historia de Sergio Oscar Rodríguez. Soldado clase 1963, número de sorteo 990, tenía 18 años cuando le tocó defender a la Patria en la gesta histórica de por la soberanía de las Islas Malvinas e islas del Atlántico Sur. El hoy vecino de Longchamps protagoniza una historia increíble: el año pasado logró dar con una de las por entonces adolescentes que le escribió una carta mientras estaba en el frente de batalla.
“En Malvinas recibo dos cartas, dirigidas a los soldados que combatíamos en Malvinas, no a mí específicamente. Durante la guerra los docentes tuvieron esa idea de que las chicas y chicos escriban de puño y letra una carta para los soldados”, le cuenta Sergio a Brown On Line. Ambas cartas fueron escritas por alumnas del colegio Misericordia de Villa Devoto.
Al final de la guerra, en sus días de licencia, fue a la escuela de la cual provenía la carta, pidió la dirección de Alicia Bacigalupo, una de esas dos adolescentes, y la fue a ver. La atendió Ester, la madre de la joven. “Ahí entro a la vida de Alicia, de mamá Ester y de papá Gerardo, ambos fallecidos. Y el año pasado cumplimos 40 años de amistad malvinera. Ella me indujo a hacer un retiro espiritual”, agradece el ex combatiente.
“Con la segunda carta, la de Graciela Sanguinetti, hice varios intentos para encontrarla. El último dato que recabé era que vivía en Luján. Sentía que sin conocernos estábamos conectados por esta fuerza que tiene Malvinas. Llegué a ella por otras alumnas que republicaron mi deseo de conocerla a través de Facebook. Hoy vive en Madrid, en España. Pero no pierdo las esperanzas de verla personalmente. La familia no creía que sus cartas hubieran llegado y si alguien la hubiera leído no creían que el soldado que las hubiera leído hubiera regresado”, revela Sergio.
Graciela vivió en Luján hasta hace un tiempo y antes de que Sergio pueda verla viajó a Madrid, España, donde vive actualmente. Pero sabe que de este lado del mundo, un solado llamado Sergio Oscar Rodríguez, la recordará por siempre. “Yo tenía dos cosas que me hacían sentir fuerte: las dos cartas de las alumnas que me decían que era un héroe, y un rosario con el que le rezaba al cielo. Al día de hoy, conservo ambas cosas que tienen un fuerte contenido emotivo para mí”, subraya.
Pelear en las islas
“Muchos de nosotros no vamos a regresar. Si alguien tiene un impedimento para ir que lo diga ahora o calle para siempre”, les dijo el suboficial Humberto Simón Enríquez a Sergio y su compañía cuando aún no habían embarcado. “Todos dijeron que sí”, cuenta. Mientras su madre llamaba al cuartel para saber si su hijo iba a estar el domingo de Pascuas con su familia, Sergio ya estaba en las isla Soledad, viendo flamear la bandera y mirando languidecer el sol del otoño, que “ilumina pero no calienta”, dice Sergio.
Allí, en los montes Tumbledown y Williams, a 15 kilómetros de Puerto Argentino, a 600 metros de altura, llegó con apenas 45 días de instrucción en Berazategui ante de pisar el suelo argentino de Malvinas. “Nuestra compañía, por ser la mejor dotada, fue rebautizada como compañía de ametralladoras antiaéreas 12,7, con asiento en Puerto Belgrano”, dice. El joven que meses antes transitaba el quinto año de perito mercantil con la ilusión de ser contador, era ahora abastecedor de esa ametralladora que necesitaba de cuatro personas.
“Desde el 16 de abril de 1982 empezamos a tratar de hacernos amigos del clima, con temperaturas de 18° bajo cero, viento y lluvia. Lo que nos mantenía en pie era la fuerte carga emotiva de haber sido elegidos para esa misión.”
El 26 de abril de 1982 le escribió a su familia y la carta llegó a mediados de mayo. No sabían nada de Sergio desde febrero y lo adivinaban en Bahía Blanca, en la compañía de policía militar. Se sorprendieron porque el sello de la carta decía “Puerto Argentino, Islas Malvinas”. El 2 de abril de 1983 ATC pasó un documental y Sergio, que pensó que no iba a volver con vida, se vio por TV en un documental. Lloró de la emoción, como ahora cuando lo recuerda. “Supe que no era un sueño lo que había vivido. Yo había estado ahí, en la guerra”, dice ahora, con la emoción corriéndole por el cuerpo.
Desmalvinización
Como tantos otros, Sergio vivió dos guerras. La que empezó en abril y terminó en junio y la que empezó después de la guerra y duró largos y oscuros años: la desmalvinización. “El 20 de junio de 1982 fuimos los que apagamos la luz. Subimos al Almirante Irízar, navegamos tres días, llegamos al continente y empezó la desmalvinización. Firmamos un documento que nos prohibía hablar de Malvinas. Nos dieron 40 días de licencia para engordarnos porque habíamos perdido peso y seguimos haciendo el servicio militar como si nada. No hubo ni una revisación médica, nada”, narra Sergio ante Brown On Line.
“En Malvinas sabíamos quién era el enemigo. En la desmalvinización, que fue como otra guerra, teníamos a nuestros enemigos entre nosotros, en la tropa. Solo la Dirección de Escuelas nos contuvo y nos dio trabajo”, reconoce Sergio.
“Teníamos problemas para conseguir trabajo. Fuimos a defender la patria y al regreso nos consideraron los loquitos de la guerra. El ciudadano no tuvo contacto con el soldado que había ido a la guerra y nos consideraban parte del proceso militares. Fueron 20 años en los que fuimos comidos por la indiferencia y el olvido”.
Intentó retomar su sueño de contador en 1983, con una media beca de la Universidad de Morón, pero no tenía poder de concentración y el humo del cigarrillo negro en las aulas lo atormentaba. Más adelante probó en el CBC de la calle Drago, pero la muerte de su padre le marcó el resto del camino; debió salir a trabajar.
“El abandono que han hecho produjo más problemas. En la guerra los héroes son 632, pero desde el final y en la posguerra tenemos 1000 suicidios por no tener cobertura social, no tener trabajo, ni contención. Muchos veteranos no pueden hacerlo, pero yo tengo la suerte de poder pararme frente a una clase y creo que el destino me puso en la doble misión de honrar a nuestros héroes y de contar como sobreviviente la causa de Malvinas”, responde desde San Andrés de Giles, donde vivió Jorge Maciel, héroe caído en combate de la compañía con la que Sergio peleó en Malvinas.
Malvinizar
“Que uno hable de Malvinas significa que la llama de nuestra causa se mantiene encendida. Como sobreviviente me apasiona hacerlo y me gusta estar frente a alumnos y alumnas contando esta historia de Malvinas”, dice Rodríguez, agrupado en el Centro de ex Combatientes Puerto Argentino de Almirante Brown, con quienes tiene como misión la tarea de “malvinizar”, en escuelas y jardines, en lugares adonde los inviten para contar de qué se trata Malvinas.
Por esa memoria que Sergio levanta como bandera, además de a Jorge Maciel, Sergio pide permiso para nombrar a los héroes de su compañía, que dejaron su vida en la turba malvinera. Uno no lo ve al veterano de Longchamps pero adivina que hasta se puso de pie para hacerlo: “Inchauspe, Rola, Scaglione, Mesa, Giusipetti, Fernández. Ellos son héroes”, dice.